martes, 4 de marzo de 2008

ENIGMAS DEL ANTIGUO EGIPTO: LA TUMBA DE ISADORA

ENIGMAS DEL ANTIGUO EGIPTO

ISADORA; 120 a. d. C.
LA TUMBA DE UN AMOR PARA LA ETERNIDAD

I
EL MISTERIO

Una pareja de golondrinas se manifestaban su mutuo amor entre escandalosos trinos, sobre una de las tumbas mas emocionantes, que no principales, del Egipto Medio, en Tuna el Gebel, concretamente, la de la joven Isadora, ahogada en el Nilo en el año 120 a. d. C.

Tuna el Gebel es un área de tumbas, situada al sur de El Ashmunein, la antigua ciudad de Khumun, la ciudad de los ocho, lugar donde moraban, según las antiguas tradiciones faraónicas, los ocho dioses primordiales, que originaron, según la cosmogonía de la zona, desarrollada mucho antes de la unificación de las dos tierras, período predinástico, la creación de Egipto y del universo.

La ciudad de El Ashmunein fue llamada por los griegos Hermópolis Magna al identificar, los gobernantes de la dinastía Lágida, al Thoth egipcio con el Hermes griego, a quien llamaron Hermes Trismegisto (Hermes tres veces grande) Era la capital del nomo XV y el lugar de veneración más importante del país del dios Thoth, señor de la sabiduría, y bajo cuya advocación estaban los amanuenses.

Para visitar la zona, al menos en la época de mi visita, 1989, se tomaba un tren en El Cairo, lento, viejo y destartalado, con parada en El Minieh. Desde esta pequeña ciudad, sin alojamiento adecuado alguno, al menos por aquel entonces, se sale en taxi, o en medios que los decadentes y cutres hoteles, construidos a principios del siglo XX, durante el período del protectorado inglés, proporcionaban, para visitar, tanto las tumbas, como otros de los numerosos emplazamientos arqueológicos, esparcidos por un área amplia sobre ambas orillas del Nilo, desde los acantilados orientales, donde se ubican las tumbas del Imperio Medio (Beni Hassan), y en el Valle, lo que fue el emplazamiento de Akhetaten (Tel-El Amarna), hasta las riberas occidentales, donde, entre los muchos e interesantes emplazamientos arqueológicos, encontraremos este de Tuna El Gebel.

Gobernaba Egipto, entre pérdidas y recuperaciones del trono, Ptolomeo VIII Evergetes II Fiscón, 146-117 a. d. C.

Isadora, la bella adolescente, originaria del actual Sheikh Ibada, (la Antinópolis fundada por el emperador Adriano en el año 130 de la era cristiana, en recuerdo de su favorito Antínoo ahogado en el Nilo, lo mismo que Isadora lo había sido 250 años atrás), jugaba al amor con delirio. Se entregaba a su amado llena de una emoción compartida. Ambos vibraban al unísono, como aquellas golondrinas que durante mi visita, de hace ya algunos años, observé cantar sus delirios de amor sobre su tumba.

La bulliciosa pareja de aquellos alegres pajarillos, se marchó volando en rápida huida al advertir mi insistente contemplación de la escena. Sin embargo, casi al instante, pude darme cuenta que no había sido mi insistente mirada quien puso en fuga a la pareja de golondrinas. Huían despavoridas del ataque de un enorme y negro milano que las persiguió durante un buen rato. Recuerdo que una media hora más tarde, al regresar, pude de nuevo volver a contemplar la misma escena de las golondrinas con su alegre y sonoro discurso. Posiblemente, su nido instalado allí, o muy cerca, les llevaría a frecuentar aquel lugar bien concreto sobre la tumba de Isadora. El nido, si estaba allí, yo nunca lo he visto. No olvidemos que las golondrinas, construyen su nido, como residencia fija, y a la que regresan cada año. ¿Estaría ese hogar camuflado? ¿Estaría escondido a los ojos del pérfido milano? La verdad, no lo se. Pero lo que sí se, es que yo, aunque lo intenté, nunca lo he visto.

Al milano atrevido, sí, volví a verlo. En un extraño vuelo rasante, cernió, por unos segundos su inquietante sombra sobre mi cabeza, cuando me encontraba, algo más al norte de la tumba de Isadora, contemplando una de las catorce estelas que Akhenaten (Amenhotep IV), hizo erigir como límite occidental de su ciudad del sol, Akhetaten. Allí, a la escasa sombra de la estrafalaria cubierta de la gran lápida, y en medio de mis ensoñaciones, fue cuando el negro pájaro voló sobre mí. Luego se perdió en rápido vuelo, dirigiéndose hacia el sur. Quizás regresó a perturbar, aquella ave rapaz, los alegres amores de nuestras dicharacheras golondrinas, mientras yo, me sumergía en las profundas emociones que me causaban la contemplación de la pareja herética de Amarna, Akhenaten y Nefertiti, acompañados por las delicadas figuras de las princesitas, talladas en la impresionante estela. Los padres ofrendaban a un sol generoso, y abundante de rayos que se desparramaban sobre la elegante escena, rematados en acariciadoras manos, cargadas de cruces de vida eterna. En verdad que aquel espectáculo, congelado en la piedra tallada, traía hacia mi receptivo interior, cosas maravillosas, procedentes de tiempos tan lejanos y a la vez tan sublimes, que me transportaban casi hasta el alba de la civilización, en uno de los momentos más brillantes de las realizaciones humanas, la obra extraordinaria de un hombre, el controvertido Akhenaten.

II

ISADORA


Fue Isadora ahogada en el río. ¿Fue quizás el amor frustrado y resentido de aquel hombre maduro que se sintió rechazado? ¿Serían los celos desgraciados de ese amante no correspondido los que acabaron con la bella adolescente? Ella se había entregado sin reservas al único amor de su corazón. Un joven bello y alegre, y que además, hacía sentir la vida más dichosa dentro de ella. Sus venas jóvenes sentían al unísono en el correr de su sangre, la felicidad de los bienaventurados.

Sobre la hierba fresca, y bajo los palmerales y los arbustos, cerca de las orillas del padre Nilo, los jóvenes se solazaban, sintiéndose afortunados, y casi los únicos seres del mundo. Nadie más existía para ellos. La felicidad se desparramaba sobre sus cuerpos, y sus almas desbordaban la grandeza inconmensurable de un éxtasis que tocaba lo divino.

El agua fresca de la ribera fluvial, tras los juegos sofocantes, aplacaba la calidez juvenil de aquellos dos cuerpos de perfección indudable.

Isadora reía y cantaba. Sus carcajadas eran chillonas y alegres. Corría y se escondía tras la fronda como una sílfide traviesa encandilando al amado sátiro, quien la perseguía gozoso, atrapándola y uniéndose ambos en un abrazo que los fundía en uno solo.

La felicidad de la pareja no conocía límites. Depositó Isadora sus finas manos sobre el pecho fuerte de su amante, acariciando aquella tersura juvenil y morena, mientras él recorría la espalda perfecta de la joven, al tiempo que cálidos besos cerraban sus bocas. Se juraron amor eterno. Se juraron que ante dios y ante los hombres, nadie podría jamás deshacer esa unión. –“Lucharemos contra todo aquel que pretenda separarnos. Ninguna justificación existirá que pueda romper nuestro amor. ¡Antes la muerte que la separación!

Así, de esta manera, discurrían los días y las citas placenteras y sublimes, de los felices amantes. Su paraíso particular era aquella frondosa orilla del río. Allí escondían sus amores de las miradas torvas de las gentes maliciosas. Pero como todo paraíso tiene su serpiente particular, aquel, también la tenía, y vigilaba furtiva y con celos de muerte, la felicidad de la hermosa pareja.

Aquel Seth-Tiphón, aquel demonio fuerte, maduro y viril, escondido tras la vegetación frondosa, sufría desgarradoramente cada vez que contemplaba los paroxismos manifiestos del amor, surgidos entre aquellas dos almas, indudablemente, nacidas para quererse.

El sol del ocaso era la hora que marcaba el final de los encuentros amorosos. Entonces, cada uno por su lado, marchaban hacia sus respectivas moradas. Nadie sospechaba nada, y los padres de cada uno eran felices de ver a sus retoños saludables, alegres y hermosos. Los más bellos, cada uno, de entre sus familias. Numerosos hermanos nutrían, tanto a una, como a la otra familia.

Isadora solía entonar, antes de la cena, una hermosa canción de amor que dejaba entrever, para quien estuviese al tanto de sus citas amorosas, la pasión que su juvenil corazón desbordaba: “…un joven sin par, sublime, y de excelente carácter. Me miró cuando pasé, y fui yo la única que en sí de gozo no cabía…Mi hermano, con su voz, mi corazón trastorna, por él casi enferma estoy…pues de él me he enamorado. …Sabed que ha perdido la razón, pero yo, yo soy igual que él…” (Papiro Chester Beatty I) Solo sus hermanos se burlaban cariñosamente de ella con chistes y comentarios chuscos, alegóricos al ámbito amoroso. Pero en realidad, nadie sospechaba nada. Isadora con miradas pícaras y alegres se reía burlonamente de sus hermanos, provocando a veces, el enfado momentáneo de alguno. Entonces los padres habían de poner orden entre aquella prole feliz.

En casa del joven, más o menos, sucedía lo mismo. Las alegrías del amor correspondido y satisfecho, cuando quieren ocultarse, se utiliza para lograrlo, la canción y la risa, para que ellas parezcan el resultado de ese talante dichoso, que lo que está, es ebrio de la felicidad del amor oculto y disfrutado: “Mejor me sienta a mí mi hermana que cualquier remedio. Más me sirve a mi ella que cualquier texto de medicina. Su llegada es mi salvación… ¡Cuando la veo vierto salud! Cuando abre los ojos, mis miembros rejuvenecen. Cuando habla cobro fuerzas. Cuando la abrazo, ahuyenta de mí todo mal.” (Papiro Chester Beatty I)

Debemos aclarar que entre los amantes, en el Antiguo Egipto, se llamaban hermanos. Por ello no debe confundirse, en los poemas anteriores, cuando entre los amantes se llaman hermano y hermana, con que lo fueran de sangre, aunque de ser así, y según la tradición faraónica, no habría de suponer problema demasiado grave, al menos en el ámbito moral. Probablemente lo serían en cuanto a la unión de las diferentes herencias y dotes, propias de casamientos arreglados por padres, más interesados en aumentar el patrimonio familiar, que en pensar en la felicidad de los hijos.


III
EL ENTORNO

Isadora sabía muy bien que su padre la tenía, desde su nacimiento, prometida en matrimonio a un vecino, rico y buen mozo, pero que podría muy bien ser su padre. Arreglos de padres. No olvidemos que la libertad e igualdad con el hombre, de la que disfrutaba la mujer en el Antiguo Egipto, quedó profundamente conculcada una vez establecido el dominio macedonio. El individualismo egipcio retrocede ante el derecho griego. Ptolomeo IV Philopátor 221 a.d.C., emite un real decreto, aplicable a todos los súbditos, y que se conoce con el nombre siguiente: “Decreto contra las mujeres”, en el que se ordena que toda mujer tuviese un tutor. Para las casadas sería el marido, lo que representaba de hecho y de derecho el establecimiento del poder marital. Prohibió a las mujeres casadas contratar y apelar a la justicia sin el consentimiento del esposo, negando a las mujeres el derecho a ejercer tutela Las solteras, viudas o separadas, quedaban bajo la tutela del padre, hijo mayor, o hermano. El matrimonio dotal cobra fuerza. Con el cristianismo se dio el golpe mortal a los derechos de la mujer, y con el islamismo, y hasta hoy, solo se continuó en la misma dinámica. La pérdida absoluta de los derechos de la mujer y su igualdad con el varón. Entonces, todo el país había quedado bajo las leyes de los nuevos gobernantes greco-macedonios, los ptolomeos, cuya saga había comenzado con Alejandro Magno. Las libertades e igualdad de la mujer, tanto para elegir marido, emprender negocios, industrias, y legar su patrimonio en libertad, así como otras muchas cosas, quedaron, como ya dijimos, derogadas con las nuevas leyes de los faraones europeos. Desde la capital, Alejandría, la instrucción era aquella que los ptolomeos, las berenices y las cleopatras ordenasen. Aunque, si bien es cierto, en el ámbito gubernamental, ellas solían, en recuerdo y reconocimiento a los antiguos derechos, y si era necesario, disputar el trono a los varones, ya fuese armando ejércitos para combatir contra el hermano varón, y sin importar la cantidad de crímenes y asesinatos que hubiera que cometer para conseguir la entronización femenina. No olvidemos que el último monarca de Egipto fue una mujer que se acogió a los antiguos derechos, Cleopatra VII. Inteligente, intrigante, y con una sagacidad política digna de envidia para el varón más notable.

Volviendo a lo nuestro, el ambiente en el que Isadora se movía era ya el de un machismo instalado, desde hacía un siglo, aunque, también es cierto, que algunas de las familias de aquel tiempo, todavía arrastraban, no solo el recuerdo de las libertades, ahora perdidas, sino que aún, de alguna manera se practicaban. Documentos privados entre la pareja trataban de devolver a la mujer, su antigua independencia. Es muy difícil desarraigar a las sociedades de sus costumbres y leyes ancestrales por muchos decretos que se promulguen. Serán necesarios, a veces siglos, para que ello se instale con la contundencia suficiente. Pero ya la rueda implacable institucional, nunca ya, daría marcha atrás. El hombre comenzó a saborear las mieles y los privilegios de su poderosa e indiscutible autoridad.

En este ambiente se desarrolló la bella Isadora. Aunque las leyes dictaban una cosa, las costumbres y las tradiciones, aún no del todo desarraigadas, fomentaban la contraria. Es decir, la libertad e independencia de la mujer, que aunque las leyes no defendieran, sí se colaban entre algunos de los comportamientos sociales de ciertas familias, quienes aún no habían consentido, al menos en el ámbito privado, el aceptar los nuevos decretos, que más parecían una inquisición intolerable para la mujer, que leyes racionales. Pero también es cierto que la primacía entregada al varón, en detrimento de las libertades y derechos femeninos, resultó muy bien recibida entre los varones, sobre todo para aquellos más autoritarios, y por ello con menores talentos, los molestos mediocres.

Aquel comportamiento social, si bien, como decimos, no era legal, sí estaba legitimado, de alguna manera, por las tradiciones seculares, que al fin y a la postre son leyes, aunque ya no estén escritas en documento alguno, pero tan antiguas como el mismo Egipto. Muchas familias de cierto abolengo y cultura no transigían con las nuevas leyes promulgadas por los gobernantes extranjeros. Sobre todo mujeres inteligentes y de cierto relieve social y económico. Los príncipes locales y alcaldes, solían mirar hacia otro lado si los enfrentamientos legales no eran de importancia, y sobre todo si se remitían y solucionaban en el ámbito de lo doméstico.

El pueblo continuaba su vida agrícola, con la misma indolencia habitual, propia de los calores de la estación, sin presentir que la tragedia rondaba, y el crimen se fraguaba en el secreto inquietante de un corazón resentido.


IV

EL DESENLACE


Aquella tarde, más cálida de lo habitual. El sol, todavía alto y generoso se colaba en coloridos rayos, por entre la maleza que debía ocultar a los amantes. Sembrando de brillante luz algunas zonas de hierbas y matorrales. Sobre otras caía protectora, la sombra de altas palmeras y de alguna frondosa higuera.

Aquella tarde, de calmado aire y embriagadores aromas varios, en que la pulpa carnosa y rojiza de los higos sabrosos de la umbrátil higuera, nutrieran como fruto goloso las cálidas bocas de los hambrientos y hermosos amantes, en el despertar glorioso de aquella estación de amor, el joven se despidió de Isadora antes de lo acostumbrado. El encuentro, como era habitual, aunque más corto, había sido de amor inmenso y de satisfacción prolongada.

Isadora, sola y desperezándose, dejando la peluca y la túnica sobre la fresca hierba, se adentró en el agua de la orilla del padre Nilo. Parecía la mismísima diosa Hathor, aquella de la belleza y del amor. Desnuda, mostrando la núbil anatomía, y entrando en las verdes aguas como aquella diosa del amor de Dendera, refrescó su cálido cuerpo, después de haber mirado con atención, si algún cocodrilo merodeaba por aquel paraje de ensueño, propio para ella de las más gozosas experiencias.

Todo estaba bien, todo invitaba al baño purificador después del acto amoroso. Sus rojos labios sorbieron el agua del río, refrescando su garganta. Arrodillándose en el fondo sumergió su espesa y negra cabellera. Trató de ponerse en pie. Su cuerpo al emerger de las aguas no pudo, debido a la sorpresa, responder a la fuerza poderosa de unas manos que la sujetaban por la garganta, y de nuevo la introducían bajo el agua.

Isadora perdió la vida, mientras su padre, contemplaba impasible la escena desde la orilla. Fue lo último que la joven vio.

Al día siguiente, acudiendo a la cita, el alegre joven, buscando a su amor, solo encontró su cadáver.

La condena por asesinato fue pena de muerte. Se aplicó solo unos días más tarde. Isadora lo esperaba impaciente en las regiones luminosas donde moran los dioses y los bienaventurados.

Hoy sus restos podemos contemplarlos en su tumba en Tuna el Gebel, a unos 10 Km. Al sur de la gran estela de Akhenaten, y ligeramente al sur de la elegante tumba-capilla de Petosiris, el gran sacerdote de Toth.

Isadora se nos muestra dentro de una urna de cristal, con una sábana hasta la garganta, dejando visibles lo que fueron sus hermosos pies.

Todavía en ellos se pueden ver las uñas nacaradas de la hermosa joven. Su rostro, ciertamente, ya no refleja la belleza de antaño. Su boca, en una mueca de dolor, está entreabierta mostrando todavía sus blancos dientes, entre los que sobresalen ligeramente los graciosos colmillos. Los ojos cerrados y hundidos, así como restos de su cabellera nos hablan de un cuerpo gracioso, esbelto y nacido para el amor. Pero también es cierto que lo intenso no suele ser duradero.

La conservación de la momia, es en gran parte debida, no a la práctica de los embalsamadores profesionales, si no más bien al seco clima de aquella zona.

La tumba, graciosa y perfecta posee un halo extraño y emocionante que la hacen atractiva, aún sin saber lo que hay en su interior.

El milano rapaz todavía, desconsolado y furioso, busca alrededor de esa tumba aquello que ya jamás hallará. Condenado a una búsqueda eterna y errante, sin posibilidad de ver o escuchar la risa cantarina de Isadora, que cree acudir desde la profundidad del sueño antiguo, en los trinos bullangueros de las golondrinas amorosas.

…”ve enseguida con tu hermana
cual gacela trotando en el desierto;
tiene las patas cansadas; los miembros, débiles,
porque un cazador, acompañado de sus sabuesos,
la acosa.
Pero no encuentran su rastro,
pues ha hallado un lugar de reposo”.
(Papiro Chester Beatty I)

La vida de Isadora que aquí se narra, es solo producto de la ficción del autor, inspirado en la contemplación de la pareja de golondrinas sobre la tumba, y la aparición del milano, así como en algunas de las tradiciones locales, aunque muy distorsionadas.


Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 06-10-2006

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