jueves, 2 de octubre de 2008

5% en apoyo al país de los faraones nubios

Ediciones Cydonia cede el 5 por ciento del precio de cada ejemplar vendido de 'Dioses y Faraones' a un proyecto de erradicación de la enfermedad del sueño en Sudán, que desarrolla la ONG Médicos sin Fronteras (MSF). A medida que se concreten las cifras de ventas, a finales de cada año, trasladaremos a este espacio los datos concretos sobre cuál ha sido el alcance de esta iniciativa.
Se ha elegido este país como destinatario de esta ayuda ya que ha sido la cuna de los faraones nubios que formaron parte del esplendor del antiiguo Egipto.
En cuanto a los proyectos que desarrolla MSF en Sudán, ofrecemos un pequeño extracto a continuación. Podrán encontrar más información en la web de la ONG.
MSF EN SUR SUDÁN
Comenzó a trabajar en Sur Sudán en diciembre de 2004, un mes antes de que se firmara el acuerdo de Paz (CPA).Con este acuerdo, la situación de seguridad mejoró considerablemente, lo cual provocó que miles de refugiados de los países fronterizos y los desplazados internos retornaran a sus lugares de origen. Pero esta situación no duró demasiado tiempo y actualmente nos encontramos con un contexto inestable debido a diversos enfrentamientos, lo cual ha provocado un gran número de movimientos de población durante el 2008. Esto puede generar una crisis médica, ya que las estructuras de salud, tras 20 años de guerra, tienen grandes carencias.
Este contexto genera que los brotes de epidemias sean bastante frecuentes: meningitis y cólera sobretodo. En el 2008 MSF tuvo que tratar un brote de cólera en los meses de junio y julio, tratando a 1.265 pacientes.
Además de responder a las emergencias que vayan surgiendo en el país. MSF trabaja principalmente en un programa de THA (la enfermedad del sueño) en los condados de Yambio y Nzara (estado de Ecuatoria Occidental), lugares en los cuales esta enfermedad parasitaria es endémica.El proyecto detecta reactiva y pasivamente y trata la THA, su objetivo principal es mejorar el acceso a la atención secundaria de salud, diagnóstico y tratamiento de calidad de la THA y al mismo tiempo, MSF en colaboración con la OMS (Organización Mundial de la Salud) lleva a cabo una formación para introducir la eflornitina como primera línea del tratamiento para combatir el segundo estadio de la enfermedad.En paralelo se comenzará el apoyo a los centros de atención primaria de salud de dichos condados.
La población diana a la que atiende Médicos sin Fronteras son unas 287.116 personas.El personal que trabaja en el proyecto es expatriado (unas 14 personas) y nacional (unas 58 personas).El monto total de los proyectos realizados asciende a unos 1.786.321 € (contando con las emergencias).

jueves, 18 de septiembre de 2008

LA CRISIS O LA EUFEMÍSTICA DESACELERACIÓN

LA CRISIS O LA EUFEMÍSTICA DESACELERACIÓN

Cuando doña Austeridad se encuentra de frente y súbitamente con doña Avaricia, la chispa agria del enfrentamiento no se hace esperar. Tal es el odio que entre ellas se tienen. Es entonces que aparece en escena doña Publicidad Engañosa. Llega airosa, llena de color y alegría desbordados. Austeridad, llevando la mano a la boca y abriendo los ojos como platos, en un gesto de pasmo y sorpresa, contempla a la seductora y desvergonzada dama Publicidad Engañosa, quien habla de manera meliflua y cadenciosa. Avaricia está feliz y callada, y aunque afectando una serenidad, sabe ya que el enfrentamiento con doña austeridad está ganado.
Austeridad jamás aceptaría, aunque Publicidad Engañosa se lo propusiese, ninguno de sus ofrecimientos, sí lo hiciese, entonces dejaría de ser Austera. Sabe pues que tiene la batalla perdida, aunque no la guerra.
Avaricia con aparente humildad se deja arrastrar de la mano por doña Publicidad Engañosa, quien de inmediato pone en circulación sus seductoras maneras. A través de todos los medios pone en valor cosas y productos heterogéneos que en verdad para nada o para bien poco sirven. De esa manera tan multiplicadora y atractiva, consigue doña Publicidad Engañosa, al crear necesidades ficticias, que se venda todo aquello con apariencia de útil y necesario, pero en realidad banal. Doña Austeridad se retira esperando su turno que aún ha de tardar en llegar. Los mecanismos de control y supervisión, en el ámbito financiero y en otros, nadando entre tanta abundancia se atrofian y corrompen, y mirando para otro lado, consienten interesadamente aquellos despropósitos, que más tarde o más temprano, conducirán a la aparición de la triste dama que es doña Crisis Galopante.
Créditos para viajes inanes al Caribe y a otros sitios, únicamente a rascarse la barriga al sol sin más, soportando mil y una inconveniencias, para compras inmobiliarias innecesarias, adquisiciones de coches de lujo que superan las posibilidades del comprador, y visitas a los grandes almacenes ¡ala, tira de tarjeta y a comprar lo que sea! ¡Ya se pagará! España y el mundo van bien. Consumismo Desaforado embruja a toda una sociedad escasa de posibles, quien cegada por Publicidad Engañosa, creadora de ilusiones y fantasías, cree tenerlos.
Los industriales y banqueros, cofrades del timo y del fraude, pícaros ignorantes, pero insertos en las más poderosas familias, mediante sus primos, los caníbales Intermediarios Golosos, en asociación escandalosa y apoyados por doña publicidad Engañosa, se frotan las manos viendo ya que comienza el gran negocio, el saqueo del engañado obrero, la inmensa y boba masa social, y donde saltarán como moscas sobre un enorme pastel. Los precios, debido a tal desproporcionada demanda se irán disparando, aunque lentamente para no despertar sospechas, pero sin pausa. La gran maquinaria del fraude, protegida por la corrupción de algunos de los políticos de turno y anacrónicos reyes dinásticos, acompañados de la clerigalla más obsoleta, a la búsqueda de su porción del pastel, impide que la conspiración contra la gran masa social sea descubierta. Es un chollo, piensan, esta masa social, un montón de borregos que hacemos de ellos lo que nos da la gana. Y después de acumular nosotros, tantos beneficios y dineros, aún los cargaremos más, debido a las estrecheces que han de sufrir. Ni siquiera tienen agallas para protestar. Lo aguantan todo, por lo tanto se merecen todo el daño y explotación a que los sometamos. Son tan bobos que jamás aprenderán. Es más, aún nos adoran y adulan.
Los precios, de aquel modo, adquieren unas proporciones tan escandalosas e inexplicables, que la inflación se dispara dando lugar a una enfermedad estructural llamada doña Crisis. La Avaricia rompió el saco, y por cuyo enorme agujero se han de colar los dineros hacia paraísos fiscales.
Los dineros expoliados por banqueros, políticos, reyes, clero, industriales y todo tipo de poderosos, jamás aparecen. Ellos, esos seres, llamados en conjunto Saqueadores, banqueros, políticos etc. Se frotan las manos con el inmenso botín, y para tranquilizar a esa esquilmada e ingenua sociedad, estúpida como nadie e insensata profunda, llaman, en un aparente gesto de preocupación y dignidad, a doña Austeridad para que ponga orden entre tanto desconcierto y penuria, sometiendo, esa dama, a los estafados a una nueva situación de miseria ¡apretarse el cinturón! Siempre perdemos los mismos. Nos dan palos de todos lados, y gracias a nuestra estupidez, que los saqueadores conocen bien, todos contentos y callados. Doña Avaricia bien satisfecha de su obra, se retira, doña Publicidad cambia momentáneamente de tercio. Los dineros estafados no aparecen, aunque todos aquellos conspiradores y beneficiarios sepan muy bien donde están y quienes los tienen. Pero como son ellos mismos se lo callan, y como plañideras hipócritas, dicen como cortina de humo, qué este banco o aquel otro, y aquella entidad financiera y esa otra, dan en quiebra por haber facilitado ¡humanitariamente!, créditos a personas insolventes y proyectos fantasiosos. ¡Mentirosos! ¡Cínicos! Tienen todos esos dineros a buen recaudo en otros bancos, ya habilitados para recoger tales beneficios, y creadas esas entidades o paraísos fiscales, mediante pactos políticos secretos entre los líderes de todos los paises, y agrupados por facciones y banderías, para de ese modo asegurarse, que el producto de sus expolios, no sufra quebranto alguno, y estén esas rentas bien seguras y ocultas a cualquier tipo de devengo.
Señoras y señores, esta que aquí explico, es la verdad sobre la tal doña Crisis, creada por los poderosos de todos los ámbitos. En la antigua democracia ateniense, con todos sus defectos, que los tenía, se elegía a los políticos de entre los hombres de probada honradez y valía, sin que estos se presentasen a nada. Sencillamente, que por barrios, eran elegidos, sin su consentimiento, y sin que lo supiesen, hasta el momento de presentar esos nombres ante la asamblea metropolitana. Los elegidos no podían negarse a ese servicio a la sociedad durante el período de gobierno determinado. No era plato de buen gusto, ya que la gestión política conllevaba una enorme responsabilidad. Difícilmente, una vez cumplida esa función política, alguno quería repetir. Para nada, ya que la cosa era difícil y cargada de grandes compromisos y complicaciones. Los políticos de hoy, y de todo nivel, salvo excepciones, se presentan, respaldados secretamente por poderes oscuros de influyentes industriales, banqueros y de todo ámbito de poder, y a mordiscos pelean entre ellos como zarigüeyas cangrejeras y colocolos y estodelfos de Patagonia, por detentar cargos y liderazgo del nivel que sea. Tratan además, sin pudor alguno, de perpetuarse en esos cargos ¿Por qué será? ¡Pues está bien claro!, como la marsupial zarigüeya, todo para la bolsa. De esto que acabamos de decir, y sin entrar en detalle, emana todo este tipo de crisis y de desagracias, destinadas a perjudicar a los infelices trabajadores, esclavos modernos, que somos la manipulada y sufrida mayoría social.

Y además opino, que el potencial armamentístico de EE.UU debe ser destruido, ya que en él, como en la Antigua Roma, basa su trasnochada bobería imperialista.

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 18-09-2008

lunes, 11 de agosto de 2008

Firma de ejemplares de Dioses y Faraones en la feria del libro de A Coruña




Eduardo Fernández Rivas firmó ejemplares de su libro 'Dioses y Faraones' en la feria del libro de A Coruña, acto en el que el autor tuvo oportunidad de conversar con los lectores sobre su obra y sus próximos proyectos.


miércoles, 6 de agosto de 2008

Firma de libros

El próximo sábado 9 de agosto, Eduardo Fernández Rivas firmará ejemplares de su libro 'Dioses y Faraones' en la feria del libro de A Coruña. Será a las 19 horas en el stand de secretaría.

viernes, 9 de mayo de 2008

Presentación del libro en FNAC A Coruña

Eduardo Fernández Rivas presentó el pasado jueves 8 de mayo su libro 'Dioses y Faraones, misterios de la religión egipcia' en la sala de conferencias de la FNAC de A Coruña, presentado por Roberto Luis Moskowitch





El próximo miércoles 21 de mayo, a las 20 horas, el autor presentará su obra en Casa del Libro de Vigo (c/Velázquez Moreno, 27)

martes, 25 de marzo de 2008

EL ENIGMÁTICO TEMPLO DE ABYDOS Y LOS MISTERIOS DE OSIRIS

MARAVILLAS DE EGIPTO

EL TEMPLO DE SETHI I EN ABYDOS Y EL OSIREION

I


El misterioso e imponente templo de Sethi I en Abydos, impacta no solo por su situación, ligeramente más elevada que el nivel del suelo, sino también por su atípica disposición interna, y la fachada porticada por pilares cuadrados que hoy nos ofrece, debido a la desaparición de pilonos.

No vamos a entrar en la descripción del edificio, ya que para nada pretendemos hacer el ejercicio de una monográfica guía de viajes. A nosotros, lo que de verdad nos interesa, es introducirnos en los entresijos columnarios que nos hablan de recónditos secretos y arcanos insondables, propiciados, tanto por la impenetrable y descomunal arquitectura, asentamiento de ocultos ritos, como por los sagrados y mágicos misterios de Osiris, el bondadoso dios de la muerte y de la resurrección en el Antiguo Egipto, algunos miles de años antes de que el mítico Jesús cristiano, con parecida encomienda soteriológica, asociada en este caso, a Mitra y al mismo Osiris, hiciese su aparición en la convulsa Judea, versus Roma, en el confuso escenario Macabeo y augusteo tiberiano, del refrito religioso de Oriente Medio, propiciado por la tumultuosa situación, propia de aquel desaguisado territorial, producido por la política agresiva, militarista y colonizadora de las poderosas legiones romanas que se enseñoreaban de los territorios, y destructoras de credos y ritos, y todo el occidente de los territorios imperiales, colonizando ese cristianismo con su mito sangriento, hasta las lejanas tierras de la Iberia y la Lusitania, situadas en el extremo sudoccidental de una Europa en la que ya languidecía el druidismo, llegando, aunque con menos fuerza y determinación, y muchas más dificultades, hasta las hiperbóreas y húmedas islas casitérides y la Britania, y las más frías tierras del centro y lejano norte de Europa. Tras abolir, o más bien someter, dentro a veces, de una esperpéntica convivencia, los credos y religiones célticos anteriores, y entre los que ya los mitos de Isis y Osiris, importados por Roma, antes de la aparición del cristianismo, desde el Egipto milenario, habrían trufado, de manera muy singular, las tierras y tribus de Europa, Oriente Medio, y norte de África.





II


Desde remotísimas épocas, que se remontan, por lo menos, a tiempos protohistóricos, en el ámbito de la civilización egipcia, los ritos osiríacos están ya documentados, al menos por material pétreo, en cuyos signos y símbolos se nos desvela la realidad de esta antiquísima creencia. Aunque nada queda en el territorio genuino de Osiris, del antiguo templo dedicado a Él, fue, sin embargo, mencionado por Heródoto (484-420 a.d. C.), erigido en la ciudad de origen del dios, la actual Abusir, que los griegos llamaron Busiris, situada en el centro del Delta, deformación del antiguo nombre egipcio Per-Usir (Casa de Osiris)

Después del fratricidio cometido por Seth, el envidioso hermano de Osiris, a quien asesinó por segunda vez, el cuerpo de este, ahora, fue desmembrado por el malvado, y enterrados los trozos por él, tratando de sustraerlos a su esposa, y hermana de ambos, la desconsolada Isis, quien ya había encontrado el cadáver entero de su difunto marido después del primer crimen cometido por el odiado Seth. Todos esos restos, y cada uno de ellos, fueron distribuidos, en la intención de ocultarlos, y dificultar, de esa manera la búsqueda, enterrándolos por todos los nomos (provincias) del sagrado suelo de Khemet (Egipto).

Se levantaron santuarios en todos aquellos lugares, en los que su esposa y hermana Isis, había ido descubriendo los mal inhumados restos de su amado esposo. Sólo uno había desaparecido, el falo. Unos peces del Nilo se lo habían comido. Isis, la gran maga, consigue con sus artes, activar un pene inexistente, quedando milagrosamente embarazada del dios muerto y sin miembro generador físico. Todo el suelo de Egipto, tras la erección de aquellos santuarios, edificados sobre las halladas reliquias del dios, quedando de esa manera, bajo la protección de la beneficiosa divinidad, quien, entre otras muchas cosas, había enseñado a la humanidad todo lo relativo a los trabajos agrícolas y ganaderos. Había puesto asimismo en conocimiento del hombre, la magia y sabrosura, propias de aquel líquido, que procedente de la uva fermentada, se convertía en vino. La alegría del corazón de los hombres, y según decían, camino de verdad, después de haber ingerido la dosis adecuada para cada caso. Por otro lado, había también revelado, en compañía de su paredra Isis, los conocimientos médicos, y la técnica maravillosa de embalsamar cadáveres. Asegurando al mismo tiempo la posibilidad de una existencia permanente, por la gracia misma de sus nuevas atribuciones, adquiridas tras su violenta muerte, su paso purificador por los infiernos, y su posterior renacimiento, en la resurrección destinada a una vida eterna, como premio a una conducta intachable, durante el paso de los seres por la vida terrena.

De todos aquellos santuarios, uno habría de ser el que durante siglos, alrededor de dos mil años, se haría con el monopolio del culto al gran dios Osiris. Ese lugar era Abdu (Abydos). Abdu, significa en la antigua lengua faraónica: “La Colina de la Cabeza de Osiris”. Se desprende de lo dicho, que en ese lugar, y según la tradición y las creencias, es donde fue hallada la cabeza del descuartizado cuerpo del dios. La parte más importante de un cuerpo, la cabeza, habría por ello de dar a este emplazamiento el punto focal y casi único, de veneración del dios, al menos hasta el período tardío. (En época Ptolemaica, será el templo de Philae, dedicado al culto de Isis, y sobre todo, su vecino erigido en la isla de Bigga, al oeste de la hoy sumergida isla de Philae, y al sur de Aegilkia, sede actualmente de los templos de Philae, dedicado a los ritos de Osiris, los que relevarán al de Abydos, cayendo este casi en desuso). Se convierte Abydos, paulatinamente, desde épocas muy lejanas, que se pierden en las dos primeras dinastías faraónicas, las Thinitas, en el centro de culto más relevante de Osiris. Los demás sitios en los que se habían hallado las otras partes del cadáver divino, y en los que se habían erigido templos más o menos importantes, permanecerán como centros de culto únicamente local.

En las cercanías del templo de Sethi I en Abydos, están las llamadas colinas rojizas, donde existe una aldea; Omm El Ga’ab, que significa: “Madre de los Pucheros”. Es aquí donde se encuentran las tumbas, o quizás cenotafios, de los reyes Thinitas, de la primera y segunda dinastías (3200-2686 a.d.C.). Esta zona formaba parte del VIII nomo del Alto Egipto, muy cerca de la antiquísima capital predinástica, Thinis.

Es muy probable, que la cercanía y la fuerza, que emanan de una capitalidad de tradición tan remota, haya influido para determinar la importancia de ese lugar. Quizás algún compromiso político después de la unión del país, y del traslado de la capital al norte; Memphis, Ity-Tawi, y como resultado de pactos, se acordaría que ese lugar de Abydos habría de ser el punto álgido y determinado para la veneración y culto de la divinidad más querida de aquella sociedad, y en todos sus niveles, la del Bello-Osiris; Osiris-Unnefer. Los monarcas necesitaban, al igual que los humildes, al menos a partir de finales del Imperio Antiguo, época en que la religión se democratiza y alcanza a todos los seres, cosa que hasta entonces parece ser que solo los monarcas y sus más allegados tenían derecho, a la trascendencia en una vida de ultratumba, la anuencia de Osiris para ser perdonados, y renacer, después de la muerte terrena, a la brillante y eterna luz, en los maravillosos y feraces Campos de Ialú.

Como quiera que fuese, la importancia de Abydos, desde al menos las dinastías IV y V, iría en ascenso a través de los siglos. Durante la dinastía XIX, el faraón Sethi I, decide levantar en el emplazamiento de una antigua estructura cultual, su grandioso templo dedicado al dios del norte Osiris, en un lugar donde desde épocas inmemoriales, se rendía culto al dios chacal Khentamentiu, con similares atribuciones. Este dios local es desplazado para dejar su sitio al advenedizo del norte. Hasta la dinastía XII, al menos, no se levantó templo alguno dedicado expresamente a Osiris en este lugar. Se le rendía culto asociado con Khentamentiu. Es en ese momento, durante la XII dinastía, cuando el templo, edificado en ladrillo, con algunos elementos en piedra, allí existente y dedicado a Khentamentiu transfiere sus atribuciones al dios de Busiris. Si bien, también es cierto, nunca se pudo erradicar al nocturno Khentamentiu, quien era considerado en la zona, “El Primero entre los Occidentales”, que quiere decir que era la divinidad protectora de los muertos, y que de muchas maneras continuó recibiendo honores, aunque muy por debajo del triunfante y glorificado Osiris, configurado ya como protector del faraonato, sobre todo en la figura de su hijo póstumo, Horus, en quien se convierte cada faraón una vez investido como monarca de las Dos Tierras, y habido con su hermana y esposa Isis, ambos, en compañía de Seth y Nephtis, hijos de Geb, el dios Tierra, y de Nut, la diosa celeste. Por lo tanto biznietos de Rè de Iunnu (Heliópolis), la mónada primigenia que origina el panteón solar de Heliópolis o la Enéada.

El compromiso político entre el Norte y el Sur, el Bajo y el Alto Egipto, colocando el centro mismo del culto osiríaco en Abydos, que es lo mismo que decir el Vaticano para los católicos, y no es que los monarcas debiesen residir allí, lo mismo que el papa en el Vaticano, y desde allí impartir gobierno y doctrina, no, no es eso, va mucho más allá, y además su desarrollo fue lento. La monarquía faraónica es totalmente osiríaca, sin ese mito no podría comprenderse, y quizás jamás hubiera existido como la conocemos. Los atributos regios son los símbolos del pastoreo, el cayado y el espantamoscas de Osiris, lo mismo que todo el ritual que se desprende de la iconografía y letanías dispuestas en los vendajes de la momia, talismanes, ataúdes, y sarcófagos, tanto de los empaquetados y áureos enterramientos reales, como de los más humildes hoyos mortuorios practicados en las arenas del desierto, en donde el difunto era inhumado acompañado de algunas letanías osiríacas inscritas en papiro, que andando el tiempo, darán lugar al “Libro de los Muertos”. No, el rey no morará en Abydos. (Si bien, como en cualquiera de los grandes templos de Egipto, dispondrá de una residencia palaciega fija, que aunque vinculada físicamente al edificio sagrado, y situada dentro del temenos, quedará fuera de los muros propios del templo, pero con acceso directo). Pero el compromiso le obligará a levantar un cenotafio o tumba vacía en ese lugar, exactamente igual a aquella en que su cuerpo sea enterrado, al menos, si no la estructura arquitectónica, sí una enorme estela pétrea con todas las inscripciones y títulos propios del monarca, rindiendo tributo al sacrosanto lugar donde descansa la cabeza del Bello Osiris, Osiris Unnefer. Todos los monarcas embellecen el lugar de Abydos. A partir de Khufu, de quien se encontró allí una pequeña estatuilla de marfil (museo del Cairo), los faraones posteriores, Neferkare Pepi II del Imperio Antiguo, dinastía VI, Nebhepetre Mentuhotep I, Imperio Medio, dinastía XI, se suceden en el edificio diferentes añadidos y capillas realizadas por la mayoría de los reyes, pero como ya dijimos, será Sethi I, Men-Maat-Rè, de la XIX dinastía quien erija un templo de proporciones y belleza extraordinarias. Fue rematado por su hijo Ramsés II, quien a su vez levantó otro, dedicado al mismo dios Osiris en las cercanías, algo más al norte, en el límite con las arenas del desierto, y qué si bien no alcanza la belleza del templo de Abydos por antonomasia que, sin duda es el de Sethi I, podemos decir que quizás sea una de las realizaciones más bellas de entre los numerosos templos levantados por el gran Ramsés II, User-Maat-Rè- Satepenre. De este templo de Ramsés II, procede la fragmentaria lista de reyes que hoy se encuentra en el Museo Británico en Londres.

III


Las seis divinidades, más Osiris, que disfrutan de culto en el sagrado edificio, con su propio santuario cada una de ellas, no debe hacernos creer que la finalidad de cultos es confusa o equitativamente repartida, de ninguna manera, es a Osiris como dios benefactor y protector de la corona, así como de la perennidad occidental del monarca, a quien está dedicado expresamente este prodigioso templo, en el que además del santuario situado entre los siete, cuenta Osiris, con santuario trinitario compartido, en espacios propios, y contiguos, con su esposa Isis y su hijo Horus.

Los siete santuarios dispuestos al frente, y ocupando toda la anchura entre los muros laterales del templo, y al fondo de la segunda sala hipóstila, corresponden de izquierda a derecha a las siguientes divinidades: 1, al mismo Sethi I divinizado, 2, Ptah, 3, Re-Harakhty, 4, Amón-Rè, 5, Osiris, 6, Isis, 7, Horus. Detrás de la capilla número 5, destinada a Osiris, existe un pequeño pasadizo que nos conduce, en la parte más profunda del templo, a las estancias de Osiris propiamente dichas, la principal de ellas sostenida por diez columnas, situada en el centro y luego, los extremos distribuidos en tres pequeños santuarios de la tríada osiríaca, la trinidad compuesta por: padre Osiris, madre Isis, y el hijo divino Horus. Se ha dispuesto también, al inicio del brazo más corto de la L, planta del edificio, un recinto que consta de tres espacios. El más amplio y largo, con acceso a nuestra izquierda, desde la segunda sala hipóstila, dedicado a Ptah-Sokar, hace de antesala de los dos más pequeños y misteriosos, dedicados, el de la derecha, al mismo Ptah-Sokar, y el de la izquierda a su hijo Nefertum, aquel que renace dentro de la flor del loto, símbolo de la resurrección, y que aflora abriéndose al contacto con la luz del sol, emergiendo desde las profundidades cenagosas, insondables y oscuras, sobre las aguas del sagrado Nilo. Justo detrás, y en el exterior, a pocos pasos de distancia, se encuentra el llamado Osireión, una estructura misteriosa, enterrada en la arena con una especie de islote pétreo central, rodeado de agua, que quizás simbolice la colina primordial, emergida de las burbujeantes aguas pantanosas, durante la eclosión creadora del universo egipcio, y lugar primigenio de todo el desarrollo de la creación divina.

El techo de la sala-isla, del Osireión, posee una abertura central que permite la entrada de la luz solar, cuya energía hará germinar la mata de cebada plantada sobre el montículo primordial, y que habría de recrear, como parte culminante, misteriosa e interna de los ritos de regeneración, la resurrección del difunto Osiris.

Los primeros arqueólogos en condiciones, que excavaron en este lugar de Abydos, É. Amelineau 1895-96, y Flinders Petrie 1900-1, descubrieron una serie de tumbas y estructuras para uso de culto mortuorio, pertenecientes a las primeras dinastías, pero lo que resulta más atractivo y misterioso es aquella estructura situada detrás del templo, hundida en la arena, ya que se pensó, en un principio, que debía ser la tumba que albergaría la cabeza de Osiris. De ahí que le sobreviniera el nombre de Osireión. También el hecho de encontrar entre las inscripciones de sus muros y pilares, el nombre del faraón Sethi I, hizo creer que se trataba, posiblemente de un cenotafio de ese monarca. Nada de ello resultó cierto, y a día de hoy, todavía, después de complicadas especulaciones y estudios, que duran algo más de un siglo, no sabemos con certeza, cual era la finalidad de tan extraña y sumergida estructura.

Acerca de las colinas rojizas y Omm El Ga’ab, o Madre de los Pucheros, cercanas al templo, entre este y la necrópolis, que antes habíamos comentado, diremos que tales cosas tienen su fundamento en que todo egipcio de aquella época, al menos una vez en la vida estaba obligado a visitar, lo mismo que hoy La Meca para los musulmanes, o uno de los tres santos lugares para los cristianos, Jerusalén, Roma, y Santiago de Compostela, el santo lugar de Abydos.

Si por las circunstancias que fuesen, no se podía hacer el viaje, entonces se encargaba a alguien que realizase el periplo sacro, de llevar un puchero, o cualquier otro elemento cerámico y depositarlo con su nombre en aquel lugar santificado. Por otro lado, los más pudientes, erigían durante sus visitas al lugar, estelas talladas en diferente tipo de piedra, inscritas con todos sus nombres, cargos y titulaturas como ofrenda a Osiris, el dios martirizado, muerto y resucitado.

IV


Como no podía ser de otra manera, en este templo se reproducían, al menos una vez al año, y en las fechas apropiadas, la pasión, muerte y resurrección del asesinado dios. Era la semana de la Pasión del Dios, su Semana Santa, que culminaba, tras la tristeza de su asesinato y descuartizamiento, con los ritos triunfantes y gloriosos de la resurrección de Osiris, como promesa indiscutible de eternidad para todos los seres, pero con especial atención para el monarca. El eterno retorno se desarrollaba con todo el boato misterioso y hermético dentro del templo y entre los iniciados, los grandes sacerdotes, y sobre todo, con la participación necesaria del monarca, ya que él, como hijo de los dioses, y siendo por ello de la misma sustancia, resultaba como algo insustituible para aquellos ritos propios del renacimiento eterno, al contar de esa manera, durante aquellos oficios, con el dios vivo, el dios encarnado en todos y en cada uno de los faraones de Egipto. La teología regia, y la propia esencia del faraonato, se fundamentaban, más que en otros, en estos misterios osiríacos.

La erección de un enorme pilar cargado de simbolismo cósmico y que formaba parte, en su apariencia, del fetiche de Abydos, halado por el faraón y sus gentes luchando contra la parte enemiga que lideraba un sacerdote de Seth, el asesino de Osiris, culminaba en la erección de dicho pilar como símbolo indiscutible de la resurrección del dios, y al mismo tiempo quedaba, a perpetuidad, restablecida la armonía y equilibrio cósmicos. La luz de la verdad, la Maat, triunfaba sobre el caos producido por Seth, el maligno, y sus seguidores. Seth-Tifón, el monstruo asesino, quien tratando de devorar a la luna, representación del ojo de Horus, ocasiona las fases del satélite terráqueo y sus eclipses. Después de los bocados que el maligno le procura hasta su desaparición, renaciendo triunfante, la noche de luna nueva, y desarrollándose durante los prometedores crecientes lunares, para volver a brillar rutilante el día del plenilunio, como símbolo inequívoco, del ciclo de la muerte, vencida por la vida que renace.

De nuevo la rosada aurora anunciaba al país y a sus moradores la luz deslumbrante de un nuevo día. Prodigio hecho realidad, y originado en los herméticos y profundos misterios de Osiris. El dios Seth, con toda su corte de aliados rebeldes, el malvado y destructor hermano, formaba también, parte importante en la representación de todo el ritual interno del templo. Herméticas fórmulas mágicas, y la lectura de textos sacros, en donde los sacerdotes de ambos, Seth y Osiris, y aún también los de Horus Harendotes (Horus el vengador de su padre), determinaban un enfrentamiento teológico, cuajado de aquel misterio bélico, propio del enfrentamiento entre esas grandes divinidades. Todo ello dentro del ámbito iconográfico del que estaban investidas todas aquellas imágenes, símbolos de una representación violenta incruenta. No así, como en las representaciones que se desarrollaban en el exterior, enfrentándose en diferentes tipos de combates y pugnas físicas que propiciaban algún que otro descalabro, y que de alguna manera trataban de representar la violenta y desgarradora lucha entre Seth y su sobrino Horus, hijo del sacrificado Osiris. El resultado de tales disputas, tanto las internas y teológicas, como las más violentas en el exterior, concluían con el triunfo del bien, representado por Osiris y su hijo Horus, sobre el mal que representaba Seth-Tiphón y sus aliados en la desestabilizadora conspiración divina, a la búsqueda del caos cósmico.

Las gentes en el entorno del Enorme templo, enarbolando los estandartes y fetiches de sus cofradías, que por millares se reunían en los alrededores del templo, habiendo ya presenciado, durante días, representaciones místicas, más o menos teatrales, y enfrentadas entre los miembros de ambas divinidades, Osiris y Seth, que recreaban la pasión, muerte y resurrección triunfante del dios, participaban, por fin, de la alegría comunicada por los sacerdotes desde las alturas de aquellos pilonos, que a modo de las dos colinas de oriente permiten pasar al sol por entre el hueco intermedio protegido sobre el dintel del gran portalón de entrada, por un disco alado. El sol naciente, el triunfo de la gran luminaria celeste, símbolo de Horus Harendotes, el vengador de su padre, y representación de la luz más prístina y brillante del sol que calienta y vivifica todo lo que se mueve y existe sobre la superficie de la tierra.

La reliquia más preciada de los despojos de Osiris, su cabeza, era venerada aquí en Abydos, el resto de ellas estaban repartidas por todo el territorio de Egipto, exceptuando, como ya sabemos el falo procreador comido por unos peces del Nilo, el pagro y el oxirrinco, después de todas las maniobras realizadas por Seth, a la búsqueda de la destrucción y eliminación de su buen hermano Osiris.

Resulta innegable de donde procede la tradición católica de veneración de las reliquias de santos y santas. Allí, en Egipto, durante la estancia de los cristianos, que fue muy prolongada, donde pudieron todavía, antes del siglo IV, y aún en este, durante los largos años de convivencia de las dos religiones, nutrirse de tales cosas, comprobando que la unidad del suelo de Egipto como nación, se debió en parte, al establecimiento de los distintos despojos del cuerpo de Osiris, por toda la geografía destinada a la unión nacional, erigiendo un templo santuario en el lugar donde se hallaron cada uno de los trozos del dios. De esta manera, lo mismo que hará más tarde el alumno romano, Constantino el grande y siguientes, con la unión de los territorios imperiales romanos, y lo que siguió a la decadencia militar y política del imperio, que si bien perdió ese tipo de control central, no así aquel del unitarismo religioso católico, basado en parte en los santuarios católicos repartidos por todo el imperio dedicados a las reliquias de santos, mártires, y santas de su acerbo, algunas veces verdaderas, pero muchas más falsas, y otras reiteradas, pero que al hacerlo en diferentes y entre sí, alejados lugares, prometía no descubrir el fraude.

Las tres divinidades ctónicas asociadas; Ptah-Sokar-Osiris, aunque si bien Osiris, es de procedencia solar, al ser biznieto del dios Rè, una vez muerto a manos de su hermano, y bajado a los infiernos donde se purifica, pasa a reinar en ultratumba y a convertirse en la divinidad protectora de los muertos, y quien dará paso a las almas bondadosas, despojadas, después de la muerte, de la carcasa humana, hacia la vida eterna. Su asociación, durante le Imperio Antiguo con Ptah, el dios herrero y patrón de Memphis, con profundas connotaciones ctónicas, y con el indiscutible Sokar dios de los muertos de la región de Menphis, divinidad masculina directamente relacionada con el fabuloso y desconocido mundo subterráneo donde la muerte es soberana, y de quienes no pudieron prescindir los equipos de sacerdotes dedicados a la creación y a la recreación posterior del mito osiríaco, dan una nueva fuerza y brío a todo el ritual misterioso de la resurrección, que se ve reforzado por esas antiquísimas divinidades, cuyo origen se pierde en la noche más oscura y alejada de los tiempos. Pero que duda cabe, que aquellos pactos entre conquistadores y unificadores del territorio, para no humillar a las costumbres y tradiciones locales, fueron los que indudablemente consiguieron un sincretismo tal que habría de satisfacer a todas las partes. Una política muy hábil, tolerante y respetuosa, será la que se desprenda de estas y otras muchas cosas propias del Antiguo y milenario Egipto de los faraones, fuente inagotable de enseñanza de todas las civilizaciones posteriores. Ese, y no otro, es el misterio y el enigma que esconde la verdad inquebrantable de una civilización que practicó, al menos de manera habitual, exceptuando momentos muy puntuales de fanatismo político religioso, ejemplo la reforma amárnica y la contrarreforma subsiguiente, así como la posterior contaminación extranjera, la concordia y el buen hacer entre sus gentes y sus dirigentes, y la diversidad de sus territorios y creencias. Es ese el gran misterio de su duración en el tiempo, y que además nos transmita, todavía hoy y como siempre, la magia y el hechizo subyugador que emana de su obra y de su recuerdo imperecedero.

Una de las curiosidades de importancia que tenemos también en este templo es la lista real con los cartuchos de setenta y seis reyes, al frente de la cual figura el rey Sethi I, tocado con la corona militar regia, habitualmente de color azul, llamada Kheperesh, portando un incensario encendido en su mano izquierda, mientras que con la derecha parece dirigir el acto ritual que secunda su hijo y heredero Ramsés (Ramsés II), quien, delante de su padre, y con la trenza lateral de la infancia, adornando su cabeza, está leyendo fórmulas salmodiadas, escritas sobre un rollo de papiro abierto que el príncipe despliega entre sus infantiles manos.

A este corredor de la lista real, se accede, saliendo a la izquierda, al fondo de la segunda sala hipóstila, y torciendo el segundo corredor a la izquierda de nuevo. Está situado enfrente del pasillo que da salida al templo en dirección al Osireión, donde se encuentra un hermoso bajorrelieve con Ramsés II y su hijo Amón-hr-Khopshef, muerto prematuramente, derribando y atando a un toro destinado al sacrificio.

Y ya para terminar, desde aquí, recomiendo para aquellas personas interesadas en los misterios de Isis y Osiris, lean la obra de Plutarco de Queronea (46-120 AD) “De Isis y Osiris,” una de las obras más bellas del autor griego y sacerdote de Apolo, como uno de los títulos de sus obras de carácter moral (Ethika).

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 19-06-2007

viernes, 7 de marzo de 2008

AMARNA'S AFFAIR


“ENTRE LAS RUINAS DE EGIPTO”

AMARNA´S AFFAIR
I


La revolución amarniana y sus líderes, los atonianos Akhenaten (XVIII dinastía; 1358-1340 a.d.C.) y su esposa, la hermosa Nefertiti, su nombre completo, Nefer-Neferuaten-Nefertiti, mas o menos traducido por “La Belleza-que-Viene-de-Lejos”, ha sido desde siempre uno de los más apasionantes capítulos de la historia del antiguo Egipto, no solo por lo que de innovador supone, en los aspectos, político, artístico, religioso y militar, con todo lo que ello conlleva en todos los ámbitos del ya de por si complicado sistema faraónico, por otro lado, una de las culturas mas burocráticas que el ser humano haya desarrollado desde los inicios de la civilización.

No debemos olvidar el momento en que esta revolución tiene lugar. Epoca en que el faraonato era ya una institución milenaria, las pirámides eran ya monumentos que pertenecían a un pasado remotísimo, más de mil años habían transcurrido, desde su construcción, al menos las de la meseta de Guiza, IV dinastía, pleno Imperio Antiguo, esta espléndida cumbre de la civilización humana, una de las primeras manifestaciones de la brillantez del cerebro del hombre, asociado en una colectividad productora de resultados, todavía apreciables en las tremendas moles pétreas, así como en otros ejemplos menos ostensibles, pero no por ello menos importantes, como pueden ser, documentos, ya escritos en piedra, papiro, o en cualquier otro soporte, y otros restos arqueológicos, que nos hablan de aquel tiempo como algo casi mítico por la grandeza, no solo física en lo monumental, si no también en el nivel que los códigos de ética y moral alcanzaron en aquellos momentos. “La Piedra de Palermo”, es quizás uno de los ejemplos más significativos de lo que estamos diciendo, es un trozo de diorita anfibólica que nos muestra los anales regios, por ello de carácter oficial. Entre otras cosas se cita el viaje del rey Snefru, padre de Kheops, a Siria. Este fragmento arqueológico permanece en el museo de Palermo desde 1877, está escrita por las dos caras, comenzando por los nombres de los reyes predinásticos antes de la unión de las dos tierras, el Alto y Bajo Egipto, continuando con el período dinástico hasta mediados de la V dinastía. No vamos a entrar ahora en la descripción minuciosa de este fragmento de una laja de diorita. No es nuestro cometido en este trabajo. Solo queríamos apuntar las épocas espléndidas que el Egipto faraónico creó y disfrutó, así también como estrepitosas caídas, como la desmembración del Imperio Antiguo en la VI dinastía, y última de este período, pasar años muy duros, con el país dividido en principados enzarzados en luchas domésticas y destructivas, para renacer de nuevo en el también brillante Imperio Medio, con familias reinantes que nada envidiaron a sus ancestros, son los Montuhotep, Amenemhat o los Sesostris, quienes encumbraron de nuevo al doble país a momentos culminantes. Fue durante este período cuando se colocan las primeras piedras del que pasando los años llegaría a ser el grandioso complejo templario del Karnac.

El Imperio Medio cayó también, los Hyksos con sus rápidos carros de guerra, tirados por unos animales desconocidos para los egipcios, los caballos, corrían veloces como el rayo, desbaratando a las perplejas divisiones de infantería egipcia. Aturdidos ante esta arma nueva, proveniente del Asia Anterior, los ejércitos de faraón sucumben ante la contundencia de estos carros de guerra, y quizás también otra arma secreta tuvo mucho que ver en ello, el hierro, las espadas de los invasores habían sido forjadas con este material. Las espadas egipcias, de bronce, se derretían literalmente ante los golpes contundentes del hierro asiático.

Los invasores ocupan la mayor parte del territorio egipcio, solo al sur de la sagrada tierra de Kemet, en la lejana Tebas, y los nomos más meridionales permanecerán en manos nativas. Mas de un siglo los humillados egipcios sufrirán en sus carnes, y en su amada tierra, lugar donde emergiera del caos primigenio la colina, la primera tierra seca, allí donde el demiurgo desplegó toda su labor creadora, se sufría este terrible oprobio. El más sagrado de todos los lugares de Egipto estaba en poder de los bárbaros extranjeros, Anu, el asiento divino de Re, el venerado lugar de Ptah-Tatanen, la primera tierra emergida, Ptah, el dios menfita, bajo el nombre de Tatanen era en esencia la colina primigenia. Él, Ptah de Menfis era quien había creado todo lo que existe, hizo nacer a los dioses, y fue el sentimiento y la palabra de Heliópolis (Anu).

Después de todas estas cosas, la posterior reconquista del territorio, y expulsión del invasor por el ejército reunido por Sekenenre, muerto de manera trágica en una de las batallas contra los asiáticos, relevado por su hijo Kamés, muerto asimismo en la contienda, y tomado el mando por el joven Ahmés, su hermano, el país es liberado. Se instaura la XVIII dinastía. Egipto inicia uno de los períodos más brillantes de su historia, el Imperio Nuevo comienza con una fuerza inusitada, desplegando unos sistemas de seguridad exterior como nunca antes se habían conocido en el país. Había aprendido que sus fronteras, al menos por Asia, habría que defenderlas, la lección había sido bien amarga, jamás sería olvidada por la clase dirigente en todos los años futuros.

Para entonces uno de los pilares del sistema faraónico, la religión, ya se había democratizado. No solamente los reyes tenían derecho a la resurrección, como en el Imperio Antiguo. No es que Re, el monárquico dios tutelar, el principio solar de las antiguas familias reales hubiese decaído, de ninguna manera, seguiría siendo la divinidad destinada a la casta más refinada y culta, sería el dios de la aristocracia, de la realeza y por ello de la clase, teológicamente hablando, más erudita, una entidad divina tan abstracta que solo los cerebros capacitados, no solo por suerte de la naturaleza, sino también para los formados y educados en las universidades templarias, próximas al poder. No, no decayó Re, pero si subió vertiginosamente, una divinidad que a principios del Imperio Antiguo era bastante obscura, ella sería la que igualaría a todos los seres, al menos humanos, y en alguna medida incluso los hermanaría en la realidad de otra vida con el mismísimo dios encarnado, el faraón. Esta ascendente divinidad, y que ya nunca perdería su protagonismo, extendiéndose hasta el día de hoy, con ciertos cambios y metamorfosis en el cristiano Jesús. Aquella divinidad era Osiris.

Todos los hombres a su muerte se convertían en un Osiris, incluso el mismo monarca. Osiris después de innumerables peripecias que desembocan en su pasión, muerte, y posterior resurrección se convierte en el garante de la vida de ultratumba, él decide, después de haber sometido al difunto a un juicio, ayudado por otras divinidades (Psicostasia, capítulo CXXV del Libro de los Muertos), y de ello, parece ser que ni el rey se libraba. Osiris daba el pasaporte al paraíso, (Los Campos de Ialu), o bien lo negaba, aunque yo no conozco papiro alguno donde esta segunda posibilidad negativa, se lleve a efecto.

El Imperio Medio, lo mismo que el antiguo, también había levantado pirámides para inhumar a sus reyes. En una ristra se extendían, y se extienden, desde Abú-Roash, al noroeste de Guizeh, hasta el-Lahun, pirámide de Sesostris II, XII dinastía, esta como la de Hawara, de Amenemhat III, XI dinastía, Imperio Medio, están situadas casi al borde del Bahr Yusuf (Canal de José).

Toda esta grandeza tumularia, todo este despliegue de ingeniería en la construcción de superestructuras funerarias piramidales, alcanzó sin duda alguna su culmen con las tres de la meseta de Guizeh de la IV dinastía, las conocidas de Cheops, Chefren y Micerinos, nombres helenizados de Khufu, Khaf-Re y Menkhaure. Las demás pirámides que se construyeron a finales del Imperio Antiguo, y durante el Medio, sufrieron una considerable pérdida en la calidad de los materiales, así como en el diseño y resultado de las mismas. Desde Zóser y su hombre de confianza, ministro, médico y arquitecto, Imhotep, artífice de la gran pirámide escalonada de Sakkara, elemento principal del temenos funerario del rey Zóser de la III dinastía, habían pasado muchos siglos hasta la aparición de la dinastía XVIII y los protagonistas de nuestro trabajo, Akhenaten y su familia. La pirámide escalonada de Imhotep fue el primer ensayo serio, tanto por sus dimensiones colosales, resultado de reformados en el transcurso de su construcción, como del concepto aéreo de elevar el espíritu del rey difunto hacia los espacios superiores, donde según la concepción teológica realizada por los grandes sacerdotes de Heliópolis (Anu), Re, la gran divinidad de todo el panteón faraónico, moraba, dentro de una estructura de forma piramidal.

La diversificación arquitectónica del culto funerario regio, después de la IV dinastía, reflejada en la construcción novedosa de los templos solares, pudo ser una de las causas físicas del empobrecimiento de las construcciones piramidales, puesto que el tesoro real no alcanzaría para dar la antigua brillantez de las pirámides a ambas estructuras. Por otro lado el ascenso, como antes apuntábamos, del dios Osiris, divinidad que regía los designios de ultratumba desde las regiones subterráneas cercanas a la superficie, y dentro de las cuales el cuerpo momificado del rey, después de una complicada metamorfosis concluía en desplegar un espíritu aéreo, que en forma de escarabajo salía a la luz, confundiéndose con el sol en el momento del orto helíaco, incorporándose a la barca de Re, que en las horas diurnas cruza el firmamento azul en las tres manifestaciones de, Khepri, el amanecer, Re-Harahkti, el mediodía, y Atum, el cansado sol del crepúsculo. Sin duda la creciente ascensión en la dirección funeraria de la antigua deidad de Buto, ya dentro del Imperio Medio, queda consolidada con el advenimiento de la XVIII dinastía, familia que inaugura el luminoso e inigualable Imperio Nuevo, época en la que se acrisola todo el conocimiento acumulado durante unos dos milenios, al menos, de historia practicamente faraónica.

Es justamente en estos momentos, cuando ya la dinastía de los Amenhotep y los Tuthmés, los símbolos regios más carismáticos de este periodo, durante la plena madurez del imperio, y de esta familia, cuando ningún país del entorno osaría poner en duda la hegemonía político militar y religiosa del Egipto más grande, amo del mundo de entonces, al menos en aquellas latitudes, cuando tienen lugar los hechos que nos traen a cuento.

Es en un Egipto en el que el dios local de la región Tebana, Amón, dirige la vida religiosa del imperio como divinidad con carácter casi absoluto sobre las demás divinidades que de alguna manera se convierten en hipóstasis del dios imperial, ello sin menoscabo de que las otras deidades tengan también sus cultos ancestrales. De todas maneras a este mismo dios, tutelar de los reyes de esta época, para engrandecer su aspecto local hubo que contar con la aquiescencia del importante y venerable colectivo sacerdotal de Heliópolis (Anu). Una especie de concordato entre ellos y Tebas configuraron el nuevo estatus de Amón, desde entonces pasaría a llamarse Amón-Re. Con ello pasaba esta oscura divinidad, (Su nombre significa “El Oculto”, el que nadie puede ver), a principal entidad divina de la nación, alejándose también, por la importancia adquirida con esa prestación heliopolitana, de otras divinidades de la zona, como el dios guerrero Montú, y el itifálico Min, este último pasa a ser una de las manifestaciones de Amón. En fin, reyes y sacerdotes, como podemos deducir, juegan a su antojo con los dioses, estos son creados, cambiados y metamorfoseados, a gusto de la política más interesada. Todavía el Jesús cristiano es el producto, en una de las fases metamórficas, todavía no concluida, de estos antiguos mitos. No vamos a entrar ahora en el análisis de ello, por no ser incumbencia de este trabajo, solo diremos que divinidades agrarias, como Osiris, y estelares como Re o Mitra, así como otras muchas, en una especie de cóctel, dan origen a la síntesis de Cristo-Jesus. En pleno esplendor del Imperio Romano, cuando al calor de la confusión que producen la riqueza más ostentosa y el dominio del mundo. Es en estas circunstancias donde suelen cobijarse y desarrollarse todas estas ideologías místicas cercanas al absolutismo y al pensamiento único.

El dios Amón empezó su carrera ascendente en el Imperio Medio, los monarcas de este período comienzan ya a incluir en su nombre dinástico, a partir de la XI dinastía, primera del Imperio Medio, el nombre del dios tebano Montú. Son los Montuhotep, príncipes tebanos que ponen orden en el dividido país, unificándolo, poniendo fin al caótico Primer Período Intermedio, y a las dinastías de Heracleópolis la IX y la X, a partir de aquí se instaura la todavía tambaleante dinastía XI con el primer Inyotef (Sehertawy). La dinastía se asienta con Montuhotep I, y con ello el Imperio Medio. Es en la dinastía siguiente, ya abandonada la antigua capital de Menfis en favor de la lejana Tebas, quien ya definitivamente se convierte en el centro administrativo de los dos poderes, el temporal y el religioso. Los reyes de la siguiente dinastía, la XII, sino todos ellos, sí la mayoría, se llamarán Amenemhat (Amón-es-el-Primero) y Senwosret (Sesostris). El triunfo de Amón está conseguido desde el Imperio Medio. Después de superado el amargo período hickso, el reconocimiento de esta divinidad ya no conoce oponente, y al asimilar a su nombre el de Re, como Amón-Re, nadie osará ya, hasta el final del faraonato, incluido el confuso periodo ptolemaico, con su última representante Cleopatra VII, rivalizar con Él. Amón es el más grande, y faraón su único interlocutor, por ser él, el mismísimo dios encarnado.

Podríamos casi decir que en este refulgente Imperio Nuevo, y en la dinastía XVIII, si los Tuthmés llevan el nombre del dios Toth, los Amenhotep, esta refinada y brillante familia incorpora al suyo el de Amón, Amenhotep (El-Descanso-de-Amón), convirtiéndose casi en dios tutelar de esta casa. Fue el nombre de esta divinidad engrandecido con la erección de espléndidos templos por los faraones de este nombre, pero sobre todo por el tercero. Amenhotep III rindió tal culto templario al dios que a nuestra memoria acuden los nombres del templo de Luxor, su templo funerario en la orilla occidental del Nilo, el gran palacio de Malkatta y otras construcciones en las que el nombre de Amón es glorificado hasta la máxima dignidad, no solo en el ámbito celeste, sino también, como apoyo temporal a cualquier empresa que el faraón emprendiese.

Es en este caldo de cultivo de exaltación al dios ya imperial Amón, donde habría de tener lugar la gran revolución del nacido, como príncipe Amenhotep, cuarto de su nombre. Es este muchacho del que apenas se tiene noticia de su existencia, hasta casi el momento de su coronación, el que en compañía de su esposa Nefertiti, dan un mazazo, que pudo haber sido rotundo en el establishment bien forjado y asentado del sistema. No fue definitivo, por muchas cosas, pero en mi opinión, una de ellas debió ser el error de cálculo que el nacido Amenhotep, hijo de Amenhotep III, quizás debido a un exceso de juventud, no supo comprender, y esta era, el alcance del poder amonita. El clero oficial, una vez repuesto del duro golpe, caído casi por sorpresa, producido por el enorme proyecto del osado joven, en connivencia con la seguramente adorable y exquisita Nefertiti, puso fin al cisma de Akhetaten (Amarna).


II


Nuestros protagonistas, Amenhotep IV y su consorte Nefertiti, son los creadores del nuevo sistema en el transcurso del año quinto o sexto de su reinado. Es al menos en esta época cuando el monarca y sus seguidores rompen con el clero tebano, que era el poder en si mismo, y deciden fundar la nueva capital en un lugar puro, no hollado antes por el hombre. La ubicación de la nueva metrópoli se asienta en el Egipto Medio, en la actual Amarna, en la orilla oriental del Nilo, muy cerca del lugar donde el Dios Toth creó el universo, y que junto con Re de Anu y Ptah de Menfis, formaban la trilogía de divinidades genuinas de la creación, originadas en épocas muy lejanas, antes de la unificación. Allí fue donde Amenhotep IV, ya con el nombre cambiado, Akhenaten (Neferkheprure Wa´enRe), decidió construir su ciudad solar

En la corte refinada y sonriente del tercero de los Amenhotep, (Neb-Maat-Re), reinaba el esplendor y la magnificencia como seguramente no existía en ninguna otra corte, y quizás ni el mismo Egipto había conocido tal brillo, aún en épocas cumbre del Antiguo Imperio, ni tampoco en el cenit del Imperio Medio. La fastuosidad, hija de una riqueza sin límites, desbordaba a la aristocracia, religiosa o civil, militar o independiente, enseñoreándose no solo en la regia casta y sus allegados, si no también que todo el país disfrutaba de una holgura rayana en la abundancia. El magnífico palacio que el rey había mandado construir para su reina Tiyi, en la orilla occidental del Nilo, muy cerca del Valle de las Reinas, desafiaba toda imaginación. Malkkata sería el lugar de los lugares, donde el monarca y su familia disfrutarían de su estatus mortal cuasi divino, aislados de la muchedumbre ruidosa de Tebas oriental. La residencia era realmente una Ciudad Prohibida, solo tenían acceso a ella el personal que allí trabajaba, funcionarios, sacerdotes, y la corte, todos ellos elegidos entre las más distinguidas familias de la primera nobleza. Los jardines y todo el entorno eran una alegría para la vista y sus aromas elevaban el espíritu a través de la pituitaria, toda clase de árboles y plantas se reunían allí, tanto autóctonas como foráneas. El inmenso estanque que en pocos días se dispuso para el placer y disfrute de la divina consorte supuso un hito en la historia de estos hechos, no solo por la rapidez con que se llevó a cabo, sino también por la belleza de su acabado y la singularidad de sus formas. Como diosa Mut en el Asheru, Tiyi navegaría en su barca dorada por las aguas tranquilas y azules de su mar particular, que como turquesa engarzada en el oro del desierto y en el verde malaquita de la abundante vegetación, su divino esposo le había dedicado.

En este ambiente mullido y regalado debieron de educarse al menos las princesas, Satamón entre ellas, más tarde elevada por boda con su propio padre a primera dama del reino. De los hijos, concretamente de Amenhotep (El futuro Amenhotep IV, Akhenaten) no se sabe que haya sido educado allí, parece ser que muy joven aún, un niño de corta edad, había sido enviado a familiarizarse con el culto de Re en Annu (la On bíblica) al norte de la antigua capital de Menfis. Puede que en aquel ambiente de misticismo elevado e intelectual, reservado a sensibilidades visionarias y creativas, cuasi proféticas. Quizás era esta la propia naturaleza del joven príncipe, en la que también se encuadraba, a sus hechos me remito, una inteligencia superior que ya desde su infancia estaría dirigida por el altísimo clero heliopolitano, depositario de los grandes misterios solares, en donde el joven estuvo inmerso, posiblemente hasta la desaparición del primogénito, el príncipe heredero Tuthmés. De este príncipe tenemos alguna representación, como aquella de acompañar a su padre en los funerales nacionales del toro Apis, animal tótem de esa divinidad. También un pequeño sarcófago donde reposaban los restos momificados de su gato “Miu”, así como una pequeña fusta que formaba parte de la herencia familiar, depositada entre el ajuar funerario de Tutankhamen. A su muerte, sería su hermano Amenhotep (futuro Akhenaten) el que heredaría, entre otras cosas propias de ese cargo de sucesor, el de príncipe de Menfis y gran profeta del dios Ptah, patrono de esa ciudad, de los orfebres y artesanos, y creador del universo a través del verbo que expresaba de palabra el amor de su corazón.

Es muy probable que nuestro futuro Akhenaten no hubiera sido educado para reinar, y sí quizás para ser uno de los grandes sacerdotes del culto solar de Re. Yo me imagino que por ello nuestro hombre llevó a cabo la drástica reforma que tan agrias consecuencias tuvo, no solo para su familia, con la desaparición de la dinastía, si no también para el país. Fue la de él una revolución mística en todos los órdenes. De todas maneras le herejía atoniana, renovó de forma radical la encorsetada tradición del sistema. Llevó a cabo unas reformas de tal profundidad, que si en unos aspectos resultó funesta para el país, en los ámbitos artísticos, sobre todo en la plástica fueron decisivos y espectaculares, dignos de un cerebro y de una sensibilidad poco comunes, lo mismo que en el tema religioso, que aún después de la contrareforma amonita nunca las cosas fueron iguales que en los tiempos pasados. Todo resultó impregnado por la labor del rey hereje. Fueron muchos los esfuerzos por retornar a las antiguas tradiciones, y si bien se consiguió, de alguna manera la impronta de aquella aventura maravillosa, a mi modo de ver, dejó huella indeleble en un amplio sector, no solo de la población, si no también en algunos individuos del colectivo sacerdotal, quienes a pesar de la férrea dictadura ortodoxa, impuesta desde el poder de Amón, consiguieron sobrevivir y perpetuarse, y que quizás pasando por la forma esenia, en Qumran, hayan llegado hasta nuestros días representados por diversas colectividades místicas que probablemente desconozcan su origen, confundido para ellos por el largo correr de los años. La orden Franciscana pienso que algo tiene que ver con aquellos sacerdotes blancos de Atón. El amor que el santo de Asís profesaba a los animales y a la naturaleza en general, conceptualmente, al menos, no difiere en nada del bello “Canto a Atón”, compuesto por Akhenaten. No vamos a entrar ahora en esto ya que existen numerosas publicaciones con la traducción del texto.

La reina Tiyi, era la gran esposa real, la primera de entre todas las bellezas que poblaban el nutrido harén del monarca. Princesas de sangre real, llegadas de las cortes tributarias del País de las Dos Tierras, y aún de lejanos puntos, perdidos en los confines de las tierras bárbaras, adonde sin duda habría llegado el eco de la grandeza de Egipto. De todo este abundante gineceo fue elevada a primera dama del reino una hembra diferente. Amenhotep III, el gran Neb-Maat-Re, parece que había roto con la tradición regia. Tiyi, la reina, era de una raza diferente, al parecer nunca hasta entonces una mujer de pigmentación oscura había sido elegida como madre del heredero al trono del país hegemónico en el concierto internacional de entonces. Sin duda el escándalo hubo de ser sonado. El carácter provocador y arrogante del padre, a mi modo de ver, va a ser, tanto genética como ejemplar, heredado por el futuro Akhenaten. Las princesas, que supuestamente habían sido enviadas desde sus países por sus reales progenitores con la intención de que algún día se sentasen en el trono como divina consorte del dios vivo, el faraón, y convertirse por ello en la madre divina del futuro niño-rey-dios, enviarían a sus emisarios con noticias cargadas de ira y perplejidad, no podían comprender, el rey las había despreciado a todas. Los reyes tributarios, y los que no lo eran, pero que deseaban hacerse amigos del gran rey de Egipto (Kemet), y que habían enviado a su más preciado tesoro para halagar al grande y divino por excelencia, Neb-Maat-Re, estaban ofendidos, El-Hermoso-Sol-que –Brilla-Para-Siempre, Amenhotep III, había escogido de entre tantas e importantes bellezas a una negra, de la aristocracia del tercer nivel. Ni una sola gota de sangre noble con grandeza, ya no real, corría por sus venas.

El escándalo que se había organizado entre la corte y los sacerdotes debió haber sido de campanillas. ¡La negra gran esposa real!, Resultaba inaudito, nadie hasta entonces había desbaratado las líneas dinásticas de esta manera. Una negra, originaria de mas allá de Kush, de mucho más al sur de los confines del imperio, de las tierras selváticas, ignoradas, perdidas, de etnias salvajes, sin cultura, seres practicamente animalizados, de allí provenía la mujer que iba a ser la reina de Egipto, ¡la madre del dios!, ¡La consorte divina!. Aunque su casa familiar de cierta nobleza, y desde muchas generaciones atrás, actualmente estuviese ya en Egipto, en la zona de Akhmín. Pero sus orígenes, aunque fuesen lejanos, eran los que eran y no eran otros.

De que esta mujer era de raza negra se puede comprobar fácilmente con solo observar las diferentes representaciones que de ella existen en diversos materiales, pero con solo contemplar el retrato de la reina, tallado en madera de tejo, y que se encuentra en Berlín, Museo Egipcio, es prueba contundente. Es una cabeza trabajada al estilo de Amarna en el que la evidencia de esto es de tal calibre que no ofrece dudas. Representa a la reina Tiyi ya entrada en años, una mujer madura, sin duda una exótica belleza de color. La inteligencia se desprende de esa mirada segura y penetrante, bajo unos amplios, y ya pesados párpados, la nariz con sus ventanas negroides, y la boca formada por gruesos labios, con un rictus hacia abajo, que le confiere arrogancia y disposición para el mando. Tampoco el óvalo de este rostro ofrece dudas. Es la cabeza de una negra, sin duda perteneciente a una de las etnias más bellas de su raza.

Del rostro bello y redondo de pura raza blanca del tercero de los Amenhotep, y de aquella dominante belleza negra, que por otro lado tendría sus convicciones religiosas, al margen del sistema en el que se movía por imperiosidad obvia, habría de salir algo fuera de la trayectoria, quizás demasiado lineal, del encorsetado, e interesado ámbito faraónico, en el que el clero amonita era, sin duda, la cúspide del poder. Príncipes y princesas ¡mulatos!, Resultaba insólito, los negros siempre habían desempeñado otras labores en aquel mundo, pero nunca una negra se había sentado en el trono de “Las Dos Tierras”, y además con aquella arrogancia y aquel dominio. A sus espaldas se le nombraba como “La Negra”. Ella era consciente de las envidias, y sobre todo del odio que inspiraba, tanto por su raza como por su talante. Parece ser que incluso cierta ordinariez, desprendida, quizás de su indudable naturaleza sensual, molestaba continuamente, puede ser que aposta, a toda la corte. Su inteligencia, de todas maneras, supo utilizarla, según se desprende de su trayectoria, manteniéndose, incluso viuda, en un lugar de poder privilegiado.

En mi opinión, esta mujer fue la inspiradora, al menos en una parte importante, de la Herejía Amarniana, quizás nunca ella pensó en que la cosa se disparase de aquella manera, puede que sencillamente su intento, en el cual embarcó a su divino esposo “Neb-Maat-Re (Amenhotep III), fuese el de mermar el poder del ambicioso clero de Amón, que en realidad era el que gobernaba el Imperio, haciendo y deshaciendo a su antojo. Él, el clero amonita, entronizaba reyes o los deponía, según sus intereses. Las trepanaciones craneales y los venenos, eliminaban molestos monarcas por muy divinos que fuesen. Todas estas intrigas suelen ser más o menos normales en cualquier corte, pero el que la instigadora fuese una negra, esto resultaba intolerable.

Como quiera que fuese el asunto desembocó en lo que todos sabemos, en “El Cisma de Akhenaten”. El nacido Amenhotep IV (Akhenaten) era un mulato de carácter y sensibilidad mística, y que probablemente no soportaría las burlas que desde niño habría sufrido por causa de su piel oscura y sus facciones que le delataban como una raza inferior, según el pensamiento de la refinada corte de Tebas, su propia madre, la reina, era ofendida en su propia cara. Una naturaleza de las características del muchacho no soportaría todo aquello sin una respuesta.

De alguna manera ya se habían alejado de la bulliciosa Tebas, más capital de Amón, el gran dios imperial, que del rey. Habían puesto el río de por medio, el Nilo, como ya antes habíamos dicho. Se construyeron la magnífica ciudad-palacio de Malkatta, en la orilla occidental, más allá del valle. Para mí, esto es como los prolegómenos de la gran escapada, y la fundación de Akhetaten (Amarna), en el Egipto medio, lugar nunca tocado por el dios Amón, muy cerca del área de actividad del gran dios Thot. Aquí en Akhetaten, la ciudad del sol, brilló y terminó aquella aventura iniciada, de alguna manera, por la reina negra y su esposo Amenhotep III, y llevada al culmen y caída por el segundo de sus hijos varones Amenhotep IV (Akhenaten).

Desde luego, si es cierto, y yo así lo creo, que el joven príncipe había sido enviado a instruirse, al centro neurálgico de la teología solar de Heliópolis, así como a la escuela sacerdotal de Hermópolis, no nos cabe duda alguna que el joven habría sido adoctrinado, por los sacerdotes de Re, en el rencor al dios advenedizo Amón de Tebas, cuyo clero, de alguna manera, habría rebajado la importancia que desde la antigüedad más remota, en la teocracia faraónica, detentaba Re, la divinidad heliopolitana. Lo mismo la capital del Egipto unificado, o de las Dos Tierras, siempre había estado ubicada en el norte, nunca en un territorio tan alejado y silvestre, como era el sur.

Conocedor también de los profundos misterios de Hermes (Thot), aprendidos en el seminario de Hermópolis, habría de contemplar con desprecio la teología amonita que solo buscaba el poder y el oro. Eran, más que sacerdotes de un dios espiritual, bondadoso y creador, aquel clero de Amón, sabandijas insaciables de bienes temporales, gobernando como amos terrenales desde el gran templo imperial del Karnak.

Sin duda, con el espeso caldo de cultivo que contra Amón se encontró, después de la desaparición del primogénito, el príncipe Tuthmés, a su regreso para la corregencia, en la corte de su padre, combinado con la experiencia acumulada en Heliópolis de aversión al dios tebano a cuyo nombre, el clero amonita había añadido el de Re, en el resultado espurio y ofensivo de Amón-Re, determinaría en el joven Amenhotep IV la gestación de aquella sin par apostasía.

Hay que decir en honor a la verdad que fue a un rey negro, Akhenaten, (Amenhotep IV), y a su morena familia a quien le cupo el honor y la grandeza de crear una religión de corte monoteísta de la cual él era su único profeta, el encargado de transmitir a los hombres el mensaje de su único dios, cuya fuerza se manifestaba en el disco del sol, “EL ATEN” (El Disco). Transformó radicalmente todo un sistema de muchos siglos de trayectoria, casi inamovible, pero era de una raza que ofendía el espíritu xenófobo de una clase dirigente que no admitía intromisiones de este calibre. La reforma de este hombre, y de sus seguidores, que no eran pocos, fue total y absoluta. Tocó y transformó todos los aspectos de una tradición, que por ser divina debiera de ser inalienable. Nada se resistió a tales cambios, todo ello debió de resultar fascinante, sumamente atractivo. Al dios Amón y a toda la jerarquía amonita, seguros de su intocabilidad, en su soberbia prepotente, tardaron en reaccionar, aunque al final consiguieron destrozar, lo que pudo ser, una de las más bellas y audaces aventuras que el ser humano haya realizado desde que está sobre el planeta.

Hace escasamente un mes (noviembre 1998), viajando en el metro de New York, justamente en los asientos de enfrente se sentaba una hermosa muchacha de unos quince años de edad, al fijarme en su cara mi perplejidad fue total, era un rostro exactamente igual a Meritaten, una de las seis hijas de Akhenaten y Nefertiti, todas ellas guardaban un gran parecido entre sí. A hurtadillas iba observando las deliciosas y armónicas facciones de la muchacha, yo estaba arrobado, no solo por la belleza de aquella adolescente, si no también por el enorme parecido con las princesitas amárnicas, de las que existen representaciones de una factura artística magistral, en el estilo característico amarniano, salidas sin duda del taller de Tuthmés, lo mismo que el hermoso busto de la reina Nefertiti del museo de Berlín. La exquisita belleza de esta mujer de raza blanca fue madre de estas seis preciosidades de graciosas formas, y juguetones ademanes, y cuyo padre era nuestro revolucionario, el negro Akhenaten, hombre de una rara y estrafalaria belleza. Fue allí, en el metro de New York, en donde me di cuenta de que aquella muchacha mulata debía de pertenecer a la misma etnia que la reina Tiyi, abuela de las princesitas de Amarna.

Este trabajo era una idea que desde hacía ya algún tiempo bullía en mi cabeza, aquella anécdota de finales de noviembre de mil novecientos noventa y ocho, en el “subway” de la “Gran Manzana” confirmó mis sospechas en torno al color negro y hermosas facciones de una parte importante de la familia atoniana.

En realidad la intención de este trabajo es demostrar el hecho, silenciado de alguna manera, me imagino que por intereses de méritos étnicos y de un malentendido orgullo de la raza blanca, de que la gran primera revolución, política, religiosa, artística y militar, podríamos decir que en todos los ámbitos humanos, fue debida a personas pertenecientes a una raza a la que occidente, y en general la raza blanca, siempre consideró, de manera general, inferior para ciertos desarrollos de carácter intelectual o artístico, así como también militar o político. No olvidemos que la revolución encabezada por Akhenaten removió hasta sus cimientos todo un concepto y un sistema ya muy arraigado, casi genético, diría yo, de la sociedad del Antiguo Egipto, desde el mismísimo faraón hasta las clases más humildes. Como ya apuntamos anteriormente, y aunque aparente paradoja, la población parece ser que se apuntó en masa al nuevo credo, y no solo ella, si no también la corte, practicamente al completo. Solo el poderoso clero del dios Amón permaneció al margen del cisma, si bien algunos cargos de importancia en la jerarquía amonita se pasaron también al nuevo pensamiento del Egipto de Akhenaten. Una de las intenciones básicas de su revolución, todavía hoy sigue en auge, y por desgracia no conseguida, era el pacifismo entre los pueblos, incluida la desaparición de fronteras políticas. Él, el negro Akhenaten pretendió asimismo, parece ser, el igualar a todos los seres, incluso las demás especies, ante la divinidad única de Atén, el disco que desde las alturas desparrama sus rayos cálidos terminados en manos que acarician al rey y a su familia, y que él el profeta único de Atén, se encargaría de transmitir, como gran pastor del rebaño humano, a todas las gentes del orbe, fuesen del país que fuesen. De cualquier manera al desaparecer las fronteras, con la nueva política del rey-profeta, no existirían más países, solo uno, lo mismo que su dios. En lo militar, puesto que no habría que defenderse de nadie, los ejércitos serían licenciados. Esta maravillosa idea, como no podía ser de otra manera, debido a las ambiciones y soberbias individuales, se vino abajo. El maravilloso Akhenaten, y digo “maravilloso” en su más genuina acepción, probablemente, emborrachado de su idea la dio por aceptada, por la bondad y generosidad de la misma, emprendiendo su cruzada pacifista, aunque tuvo, hay que decirlo, momentos de agresividad contundente contra el clero de Amón y sus seguidores. Cosa esta siempre necesaria, aunque cruel muchas veces, para emprender una aventura de estas características. Pretendió un imperio universal regido por su dios a través de su profeta único que era él mismo. En su soberbia jamás, que se sepa al menos, nombró sucesor. Una especie de universo de rebaño, pretendido por el catolicismo papal del Vaticano. Una teocracia que gobernase el mundo. Es muy posible que el ejemplo de la fracasada obra de Akhenaten haya inspirado al cristianismo postconstantiniano, ya cesarista y papal, y servido al pontífice de Roma, líder de la cristiandad católica, para intentar colonizar, cristianizando a todo el mundo, a través de su ejército de misioneros apostólicos. De ser así, desde aquí, advertimos a Roma de su error. Ni estamos en la Edad del Bronce Tardío, ni desconocemos lo sucedido en estrafalarias y desastrosas experiencias teocráticas, ocurridas desde entonces hasta ahora. Desde luego el pensamiento único y religioso universal, que intentaba imponer Akhenaten, lo mismo que los líderes cristianos, de conseguirlo, destrozarían la pluralidad y la riqueza propias de la naturaleza humana, al someter todo, y con violencia inquisitorial, a su fanatismo doctrinal. Sería la mayor desgracia para la humanidad. Y a los hechos, que aunque, no por esporádicos, o limitados geográficamente, menos fatídicos, me remito. Las experiencias religiosas, en casa de cada uno, y en el templo correspondiente. Y que no abunden. Yo ciertamente, no me trato, al menos seriamente, ni con entidades divinas ilusorias, que lo son todas, ni con sus sibilinos artífices y sostenedores, ni con sus hechiceros divulgadores y fantasiosos que las amparan y protegen. Como el globo de fino látex da cobijo al humo, hinchándose con fuerza, y una vez estrangulado su extremo, aparentando que en su interior vive algo tangible, inteligente y maravilloso, así son también todos, y sin excepción, esos dioses que nos presentan, globos llenos de aire o de humo, creados únicamente con la intención despiadada, de manipular a su antojo e interés a una humanidad temerosa por cobarde o ignorante, y aterrorizada con las inexistentes penas de un quimérico infierno.

Después de la digresión, retomaremos lo nuestro acerca de Akhenaten. Su dios no tendría representaciones mórficas, solo la energía vital emanada del demiurgo, y que penetrando al mismo sol, alcanzaría la tierra, de la cual todos nos beneficiaríamos por igual, ello resultaría en “EL DISCO” que preside con sus rayos, rematados en manos que acarician, de las que penden signos “Ankh”, cruces ansadas de vida, toda la obra de imaginería del rey.

Sería su propio hermano, Nacido Tutankhaten, (Tutankhamen), el negrito criado y educado en Akhetaten, la ciudad del disco, probablemente por Nefertiti, seguidora de las ideas del rey desde el principio, el encargado de volver a la ortodoxia, y regresar con la corte a Tebas, donde con gran pompa se celebraron los festejos de coronación , en el gran templo de Amón, y los desposorios con su sobrina, nacida Ankhesenaten, (Ankhesenamen), esta princesa resultaba ser asimismo su cuñada, ya que había sido desposada por su propio padre Akhenaten, por lo tanto era (Christianne Desroches Noblecourt) sobrina esposa y cuñada del ya Tutankhamen.

La extraordinaria hazaña del hereje negro de Amarna, terminó en un baño de sangre y represiones, con encarcelamientos y penas capitales sumarísimas, los odios, venganzas y rencores desataron en el país toda clase de desmanes, y aquella idea brillante y humana, cuasi divina, que pudo cambiar el curso de las relaciones humanas y sus hechos, en poco tiempo se olvidó, no había en ella, quizás lugar para que los ambiciosos y soberbios desarrollasen sus delitos una vez alcanzado el poder. Todo se vino abajo. El poder fascista, dictatorial y opresor de Amón volvió a enseñorearse de tierras, animales y hombres, todo volvía a pertenecer al insaciable clero del advenedizo dios imperial, cuyo sistema es probablemente ancestro del catolicismo. El ubérrimo país del Nilo volvía a pertenecer a los codiciosos sacerdotes de Amon, aquel que años atrás había sido una divinidad menor y perdida en el nomo tebano, Tebas (Waset, el nomo número IV del Alto Egipto), más tarde Dióspolis Magna.

Nunca se ha aclarado lo suficiente el porqué esta familia fue suprimida de las listas de reyes posteriores, tanto de la del templo de Sethi I en Abydos como de la de su hijo Ramsés II en su templo de la misma localidad. Se han conjeturado varias posibilidades, con las que podremos estar o no de acuerdo, pero para mi no hay duda de que una de ellas es que era una familia de mestizos, y sobre todo la magnitud de su reforma había puesto en peligro la continuidad de un sistema propicio a las clases dirigentes, sobre todo dentro del clero amonita. Todo ello sin duda demuestra, según nuestra reflexión, entre otras cosas, un carácter probablemente racista y conservador en la línea de gobierno divino sostenida por el faraonato. Aunque también es cierto, que la raza negra, no era desconocida, desde la antigüedad más remota, en el desempeño de cargos públicos en todos sus niveles. Ahora bien, el que la más elevada magistratura del reino, el divino faraón, fuese de esa etnia, no era corriente, y que encima ese ser divino resultase un revolucionario extremado, que hiciese tambalear todo el sistema, sin miramientos, debió considerarse como algo intolerable.

Quiero terminar diciendo que fue un negro el artífice de lo que pudo ser, si no se hubiese interrumpido, la mayor y más brillante idea que un solo cerebro humano haya concebido y realizado, con la compañía, ciertamente, de su reina, en tan corto espacio de tiempo. Lo cambió todo, pero el ser humano, ni en aquella lejana época (S. XIV a.d.C.) ni en la actualidad está preparado en su mayoría para ello, por esto fracasó. Todavía la codicia y la mala ambición dominan a los gobernantes, a los príncipes y, en fin, a todos los poderosos y a nuestra especie humana en general. Sigue habiendo cerebros y sensibilidades nacidas con estas cualidades, pero son pocos los individuos que poseen esta naturaleza visionaria y de bondad extrema, acompañadas del coraje necesario para emprender una reforma social de tal envergadura.

Ciertamente la bondad se le supone al rey Akhenaten, pero sus intereses políticos y aún dinásticos marcan también toda su trayectoria en la formación y desarrollo de su teoría político-místico-religiosa. No olvidemos que sujetó todos los poderes, de manera firme y sin discusión, a la autoridad de su persona. Un monoteísmo que de alguna manera pervierte la democracia divina convirtiéndola en la tiranía o dictadura de un solo dios, del cual él, el rey, como ya hemos dicho era profeta único. Muchos siglos más tarde, otro hombre, Mahoma, el profeta de Alá, retomará, en algún aspecto la línea del profeta único del dios, pero con la práctica, a veces, de la crueldad más sanguinaria para imponer su doctrina en aquellas sociedades, ya propias o extranjeras, remisas a su aceptación. Aunque no hay que olvidar también, que las prácticas utilizadas por Akhenaten en la implantación de su credo, fueron crueles, muchas veces, hasta lo increíble. Tal era su fanatismo. Quizás francisco de Asís en la profesión de su amor a la naturaleza nos recuerde de alguna manera a nuestro hombre, no olvidemos el maravilloso “Himno a Atén” que él mismo compuso, y que ciertamente es un sentido canto de amor a toda la creación.

La bondad, o mejor dicho, una bondad particular para con aquellos que se adherían a su credo sin discusión, pero contundente en los castigos para quienes lo rechazaban, o eran sospechosos de falsedad. Como ya hemos dicho, se le supone a este hombre, esa bondad, y como no, a su esposa. Él, desde luego, como ya hemos visto, de una sensibilidad y coraje extremos. Todo ello se deduce de la obra por esta pareja realizada, y algunos de cuyos restos hasta nosotros han llegado, aún después de que los faraones siguientes, los instalados ya en la ortodoxia amonita, se encargaran de destrozar todo aquello que recordase su nombre y su obra, ensañándose en la destrucción de sus realizaciones arquitectónicas y de otros ámbitos, suprimiendo incluso su nombre y el de toda la familia amárnica de todas las inscripciones, ya en piedra, papiro o en cualquier otro soporte, condenándolo por ello a la no existencia, alguien que jamás hubiera tenido entidad física, desapareciendo por ello de las listas reales no solo él, si no también todos los monarcas que de alguna manera tuvieran algo que ver con la “ Reforma Atoniana”, entre ellos el joven Tutankhamen, su predecesor y hermano, Smenkhare, y el sucesor del anterior, Ay. El clero de Amón, vengativo y cruel se enseñorea del poder de manera absoluta y total. relegando el profundo y revolucionario cisma monoteísta a una especie de mal sueño, a una pesadilla que solo existiese en la mente colectiva de un grupo de perturbados, y fuera de la “Maat”, la gran armonía cósmica.
De todas maneras no hay que olvidar sin embargo que este monarca pudo llevar a cabo tal dispendio económico para emprender y realizar su obra al haber subido al trono y poder contar con la desbordante riqueza que en tiempos de su padre Amenhotep III, se había acumulado en las arcas del estado. El embrión de toda aquella revolución herética, de todas maneras, debemos inscribirlo en el ambiente de rechazo al poderoso clero de Amón, que se vivía en la corte de Amenhotep III, y que rivalizaba en poder y patrimonio con el mismísimo monarca. Esto era algo intolerable y peligroso. Un estado paralelo. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que Amenhotep III fue, con mucha diferencia sobre los demás monarcas de la época, el hombre más rico de la antigüedad

Es imposible aún emprender la obra, o más bien retomarla, porque individuos hubo, reales o míticos, siempre escasos, pero ejemplos tenemos en el correr de la historia, Buda, Jesús, en el caso de que haya existido, y otros, que han dejado la huella maravillosa de un mensaje de hermandad entre todos los seres, no exclusivamente humanos, si no de cualquier otra especie.

Amón al recuperar su poder no volvería a permitir otro oponente que pusiera en peligro su hegemonía, y con mano dura y sanguinaria descargó su castigo sobre todos aquellos que hubieran tomado parte en aquel asunto innombrable, ya fuese directa o simple sospecha, como la peor de las inquisiciones, valía la traidora y falsa denuncia secreta, la delación, una de las más bajas y viles acciones de la especie humana era pagada a precio de oro por el clero del dios imperial con tal de levantar, para beneficiársela, las fortunas y patrimonios de personas inocentes que de alguna manera habían permanecido al margen de todo, cosa que se miraba como simpatizante de la “Revolución Amarniana”, pero el motivo real era el que habían sido envidiadas desde tiempos muy anteriores a la herejía, término único empleado para nombrar, en casos estrictamente necesarios, a la “Gran Reforma”. La codicia del clero de Amón no conocía límites, por otro lado las circunstancias le eran propicias para cometer toda clase de crímenes, propios por demás de todos los credos poderosos. Así, con estas acciones, destruían y conjuraban el peligro que para ellos suponía el poder de influyentes familias cuyos nobles orígenes venían de la más lejana antigüedad, otorgados sus títulos por reyes, ya que en algunos casos habían contribuido, colaborando con sus monarcas, a la liberación del país ocupado por abominables extranjeros. El clero del dios tebano, a partir de ahora, gracias al la confusión creada por ellos mismos, caldo de cultivo para sus horrendos crímenes, se instala en el poder de manera indiscutible. Años más tarde, en la siguiente dinastía la XIX, Ramsés II en su intento de apartar al dios Amón del poder político, y siendo conocedor de la aventura de Akhenaten y Nefertiti, no se enfrenta directamente con el clero, sencillamente traslada la capital administrativa al nordeste del país, al delta, a la ciudad de “Pi-Ramsés” (Casa de Ramsés), que él mandó construir, a la manera de nuestro Akhenaten, pero, lo más alejado posible de Tebas, dejando a esta como capital espiritual del país, ocupando el espacio que siempre, desde los inicios mismos, y aún antes, de la historia faraónica, había detentado On (Heliópolis), en la zona del actual Cairo.

La codicia y el afán de poder y protagonismo de este ambicioso clero no tardó mucho en hacerse patente. El gran profeta de Amón, Herihor, bajo Ramsés XI (XXI dinastía), se apropia de los títulos reales y se convierte en faraón de Egipto gobernando desde Tebas al mismo tiempo que en el delta el rey era Ramsés XI. El mismo Herihor bautizó su gobierno como “La Época del Renacimiento”, “La Repetición de todos los Nacimientos”. Todo lo anterior era cosa espúrea. Lo mismo que el cristianismo católico, los millones de seres nacidos antes de su sistema, al no estar bautizados, no podían subir a los cielos y disfrutar de la presencia de su dios, después de la muerte. La misma locura corrió por la mente perturbada de Herihor. En fin, que se instala una dinastía eclesiástica, de corte católico papal, con su gobierno terrenal y sus estados pontificios, creando todos los problemas posibles al gobierno temporal de los reyes, que desde el norte intentaban recuperar el poder político sobre el sur. Más tarde se consiguió, aunque solo en parte, la sujeción de ese ambicioso clero, no sin graves hechos para el país y su ciudadanía. Esto es lo que sucede cuando se deja de vigilar y atar muy en corto, a una confesión o credo cuando esta se hace sospechosamente poderosa, se convierte entonces en la peor de las tiranías, en la peor de las pestes, la dictadura que se ejerce en nombre de dios. Por lo tanto, la ley que imparten queda automáticamente fuera de cualquier control humano, al provenir, como ese tipo de clero afirma, y por tanto, y bajo las órdenes de ese dios, pueden cometer toda clase de desmanes, ya que todo se hace por designio divino, y nadie, ni reyes ni emperadores, transcurrido el tiempo necesario, una vez adoctrinados, podrán discutir los dictados de los representantes de ese inexistente dios. Hace su aparición con estas premisas, la glorificación sin paliativos de ese clero.

Con todas estas cosas, y aún otras, quiso nuestro Akhenaten acabar y hacer que el mundo en que vivimos fuese mejor, aunque a su manera, y la riqueza y la cultura tuviesen un reparto más equitativo, y que la especie humana tuviese los mismos derechos, sin clases ni privilegios, ya que si todos éramos hijos de una misma y única divinidad, todos los beneficios de la creación estarían al alcance de todos por igual. Esta parece ser la regla que aquel hombre intentó dar a la humanidad, un código a la medida de la “ MAAT”, la “JUSTICIA” por excelencia, la armonía universal, gracias a la cual toda la creación es perfecta, todo está en su sitio. En ello se basaba la profunda reforma elaborada por su genio, aunque su bondad y generosidad fuesen muy particulares y discutibles.

No olvidemos que él bajó de la grandeza majestuosa del faraonato para igualarse de alguna manera al resto de sus súbditos, aboliendo, como ya hemos dicho, la diferencia de clases, siempre dentro, claro está, de que la única clase saliente de todo aquel cisma, comulgase con sus postulados.

La obra que emprendió ya sabemos que no es fácil, y aún así triunfó, no solo como teórico, si no que consiguió ponerla en práctica el tiempo que duró su reinado. Alrededor de unos quince años. El veneno, o quizás la trepanación, acabarían con su vida. Sus restos, nunca hasta hoy han sido hallados. Las conspiraciones y las intrigas que se cernieron sobre la figura y la obra de Akhenaten, realizadas por el servicio de espionaje del clero de Amón y sus partidarios, conseguirían introducir algún topo, con órdenes precisas, entre los servidores más cercanos del rey, quien, una vez conseguida la confianza del apóstata, buscaría la circunstancia propicia para cometer el regicidio. La codicia, la envidia y la mediocridad acaban con las grandes ideas La mezquindad de los mediocres ahoga toda posibilidad de convertir la existencia en algo destinado a ser disfrutado. La religiones, algunas en particular, y los mediocres, la mayoría de sus adeptos, son los que han querido convertir esto en un valle de lágrimas, por suerte no podrán jamás conseguirlo del todo, ya que existen mentes dispuestas de alguna manera a abortarles sus fines.

Creo por ello que la labor iniciada por el NEGRO Akhenaten nos llama desde la profundidad de los tiempos. Esperemos con paciencia por aquel, o más bien por aquellos, hombres y mujeres de bien, (no olvidemos que llevó a cabo su reforma con la participación directa y necesaria de su esposa, Nefertiti, compartiendo al cincuenta por ciento aquella ingente obra, y que además son los dos, la pareja, los artífices de todo el asunto, y con la misma importancia, sin cualquiera de ellos la reforma no hubiera tenido lugar) que recojan su testigo, no hijos de ningún dios, no queremos Mesías, ni militares al estilo soberbio y destructor de un Alejandro, un Julio César, o de un sanguinario Napoleón, ni salvadores místicos, él fue un místico, pero ciertamente las sociedades en aquella lejana época se movían dentro de esos parámetros, pero sin duda penetró el secreto de la perfección, y ello es siempre un atentado contra la canallesca que suele gobernar. Aunque, también hay que decirlo, la soberbia y el fanatismo personales no eran ajenos al personaje.

Las malas relaciones con su padre, así como la admiración que Amenhotep III despertaba en su hijo, debido, entre otras cosas, a lo deslumbrante de sus actos cinegéticos, llevaron al adolescente a tratar de superar a su progenitor de manera desmedida. Si el padre ya se había alejado del clero de Amón con la construcción de la ciudad palacio de Malkatta, al joven inexperto eso no le bastó. Atacó de frente y casi por sorpresa, sin calibrar el poder de los sacerdotes del dios de Tebas, al mismísimo Amón, al dios imperial.

Ordenó el cierre primero, y luego la desaparición de todas las inscripciones de Egipto, el nombre de ese aborrecido dios Amón, y luego la demolición de sus templos, y de todos los de aquellos dioses que ya consideraba paganos.

Ordenó la construcción de sus propios templos, en honor a su dios Atón, el disco, bajo su estricta dirección, y según un modelo preciso de su propio cuño. Renovó, o mejor dicho, cambió la milenaria línea artística según sus gustos y necesidades místicas, poniéndolo todo patas arriba. No hubo cosa alguna que él no cambiase. Su genialidad no tiene, en mi opinión al menos, parangón en la historia. Aunque cambios hubo en el devenir de los tiempos, siempre fueron dados por circunstancias y debidas a muchas cabezas pensantes, y siempre además con cierta prolongación en el tiempo. Él, Akhenaten, lo hizo prácticamente solo y de un plumazo.

Las once estelas con las que demarcó su ciudad santa, Akhetaten, la ciudad del sol naciente, dispuestas en ambas margen del padre Nilo, y en las que dice entre otras cosas, que jamás saldrá de sus límites, considerando que solo aquel territorio estaba limpio de mancha, dejan bien a las claras su intención de una llegada sin deseo alguno de retorno. El desprecio a Tebas, a sus gentes, y a su dios, queda patentizado con la construcción de su ciudad, aunque también santificó todo el territorio de Egipto con los templos que levantó a su dios particular y universal por todo el país.

Aquellos sacerdotes de Amón, cuando tras su desaparición, recuperaron el poder, nunca perdonaron al hereje. Toda la obra que realizó fue destruida con la misma saña y crueldad que él empleó para la destrucción de los anteriores. En la restauración de la ortodoxia iba implícita la desaparición de todo resto de aquella herejía demoníaca. Venganzas, rencores y odios religiosos. Son indudablemente los más peligrosos y destructivos para la armonía y convivencia pacífica entre los seres humanos. El fanatismo religioso, del color que sea, jamás perdona, ya que profundamente dicen hacer caso a su dios, quien, o bien, según ellos, les habla directamente o a través de mensajes recibidos de mil maneras, y les ordena realizar tales cosas. Y si ese fanatismo religioso va acompañado de gobierno terrenal con estado físico incluido, entonces el peligro resulta doblemente grave.


Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 16-12-1998









martes, 4 de marzo de 2008

ENIGMAS DEL ANTIGUO EGIPTO: LA TUMBA DE ISADORA

ENIGMAS DEL ANTIGUO EGIPTO

ISADORA; 120 a. d. C.
LA TUMBA DE UN AMOR PARA LA ETERNIDAD

I
EL MISTERIO

Una pareja de golondrinas se manifestaban su mutuo amor entre escandalosos trinos, sobre una de las tumbas mas emocionantes, que no principales, del Egipto Medio, en Tuna el Gebel, concretamente, la de la joven Isadora, ahogada en el Nilo en el año 120 a. d. C.

Tuna el Gebel es un área de tumbas, situada al sur de El Ashmunein, la antigua ciudad de Khumun, la ciudad de los ocho, lugar donde moraban, según las antiguas tradiciones faraónicas, los ocho dioses primordiales, que originaron, según la cosmogonía de la zona, desarrollada mucho antes de la unificación de las dos tierras, período predinástico, la creación de Egipto y del universo.

La ciudad de El Ashmunein fue llamada por los griegos Hermópolis Magna al identificar, los gobernantes de la dinastía Lágida, al Thoth egipcio con el Hermes griego, a quien llamaron Hermes Trismegisto (Hermes tres veces grande) Era la capital del nomo XV y el lugar de veneración más importante del país del dios Thoth, señor de la sabiduría, y bajo cuya advocación estaban los amanuenses.

Para visitar la zona, al menos en la época de mi visita, 1989, se tomaba un tren en El Cairo, lento, viejo y destartalado, con parada en El Minieh. Desde esta pequeña ciudad, sin alojamiento adecuado alguno, al menos por aquel entonces, se sale en taxi, o en medios que los decadentes y cutres hoteles, construidos a principios del siglo XX, durante el período del protectorado inglés, proporcionaban, para visitar, tanto las tumbas, como otros de los numerosos emplazamientos arqueológicos, esparcidos por un área amplia sobre ambas orillas del Nilo, desde los acantilados orientales, donde se ubican las tumbas del Imperio Medio (Beni Hassan), y en el Valle, lo que fue el emplazamiento de Akhetaten (Tel-El Amarna), hasta las riberas occidentales, donde, entre los muchos e interesantes emplazamientos arqueológicos, encontraremos este de Tuna El Gebel.

Gobernaba Egipto, entre pérdidas y recuperaciones del trono, Ptolomeo VIII Evergetes II Fiscón, 146-117 a. d. C.

Isadora, la bella adolescente, originaria del actual Sheikh Ibada, (la Antinópolis fundada por el emperador Adriano en el año 130 de la era cristiana, en recuerdo de su favorito Antínoo ahogado en el Nilo, lo mismo que Isadora lo había sido 250 años atrás), jugaba al amor con delirio. Se entregaba a su amado llena de una emoción compartida. Ambos vibraban al unísono, como aquellas golondrinas que durante mi visita, de hace ya algunos años, observé cantar sus delirios de amor sobre su tumba.

La bulliciosa pareja de aquellos alegres pajarillos, se marchó volando en rápida huida al advertir mi insistente contemplación de la escena. Sin embargo, casi al instante, pude darme cuenta que no había sido mi insistente mirada quien puso en fuga a la pareja de golondrinas. Huían despavoridas del ataque de un enorme y negro milano que las persiguió durante un buen rato. Recuerdo que una media hora más tarde, al regresar, pude de nuevo volver a contemplar la misma escena de las golondrinas con su alegre y sonoro discurso. Posiblemente, su nido instalado allí, o muy cerca, les llevaría a frecuentar aquel lugar bien concreto sobre la tumba de Isadora. El nido, si estaba allí, yo nunca lo he visto. No olvidemos que las golondrinas, construyen su nido, como residencia fija, y a la que regresan cada año. ¿Estaría ese hogar camuflado? ¿Estaría escondido a los ojos del pérfido milano? La verdad, no lo se. Pero lo que sí se, es que yo, aunque lo intenté, nunca lo he visto.

Al milano atrevido, sí, volví a verlo. En un extraño vuelo rasante, cernió, por unos segundos su inquietante sombra sobre mi cabeza, cuando me encontraba, algo más al norte de la tumba de Isadora, contemplando una de las catorce estelas que Akhenaten (Amenhotep IV), hizo erigir como límite occidental de su ciudad del sol, Akhetaten. Allí, a la escasa sombra de la estrafalaria cubierta de la gran lápida, y en medio de mis ensoñaciones, fue cuando el negro pájaro voló sobre mí. Luego se perdió en rápido vuelo, dirigiéndose hacia el sur. Quizás regresó a perturbar, aquella ave rapaz, los alegres amores de nuestras dicharacheras golondrinas, mientras yo, me sumergía en las profundas emociones que me causaban la contemplación de la pareja herética de Amarna, Akhenaten y Nefertiti, acompañados por las delicadas figuras de las princesitas, talladas en la impresionante estela. Los padres ofrendaban a un sol generoso, y abundante de rayos que se desparramaban sobre la elegante escena, rematados en acariciadoras manos, cargadas de cruces de vida eterna. En verdad que aquel espectáculo, congelado en la piedra tallada, traía hacia mi receptivo interior, cosas maravillosas, procedentes de tiempos tan lejanos y a la vez tan sublimes, que me transportaban casi hasta el alba de la civilización, en uno de los momentos más brillantes de las realizaciones humanas, la obra extraordinaria de un hombre, el controvertido Akhenaten.

II

ISADORA


Fue Isadora ahogada en el río. ¿Fue quizás el amor frustrado y resentido de aquel hombre maduro que se sintió rechazado? ¿Serían los celos desgraciados de ese amante no correspondido los que acabaron con la bella adolescente? Ella se había entregado sin reservas al único amor de su corazón. Un joven bello y alegre, y que además, hacía sentir la vida más dichosa dentro de ella. Sus venas jóvenes sentían al unísono en el correr de su sangre, la felicidad de los bienaventurados.

Sobre la hierba fresca, y bajo los palmerales y los arbustos, cerca de las orillas del padre Nilo, los jóvenes se solazaban, sintiéndose afortunados, y casi los únicos seres del mundo. Nadie más existía para ellos. La felicidad se desparramaba sobre sus cuerpos, y sus almas desbordaban la grandeza inconmensurable de un éxtasis que tocaba lo divino.

El agua fresca de la ribera fluvial, tras los juegos sofocantes, aplacaba la calidez juvenil de aquellos dos cuerpos de perfección indudable.

Isadora reía y cantaba. Sus carcajadas eran chillonas y alegres. Corría y se escondía tras la fronda como una sílfide traviesa encandilando al amado sátiro, quien la perseguía gozoso, atrapándola y uniéndose ambos en un abrazo que los fundía en uno solo.

La felicidad de la pareja no conocía límites. Depositó Isadora sus finas manos sobre el pecho fuerte de su amante, acariciando aquella tersura juvenil y morena, mientras él recorría la espalda perfecta de la joven, al tiempo que cálidos besos cerraban sus bocas. Se juraron amor eterno. Se juraron que ante dios y ante los hombres, nadie podría jamás deshacer esa unión. –“Lucharemos contra todo aquel que pretenda separarnos. Ninguna justificación existirá que pueda romper nuestro amor. ¡Antes la muerte que la separación!

Así, de esta manera, discurrían los días y las citas placenteras y sublimes, de los felices amantes. Su paraíso particular era aquella frondosa orilla del río. Allí escondían sus amores de las miradas torvas de las gentes maliciosas. Pero como todo paraíso tiene su serpiente particular, aquel, también la tenía, y vigilaba furtiva y con celos de muerte, la felicidad de la hermosa pareja.

Aquel Seth-Tiphón, aquel demonio fuerte, maduro y viril, escondido tras la vegetación frondosa, sufría desgarradoramente cada vez que contemplaba los paroxismos manifiestos del amor, surgidos entre aquellas dos almas, indudablemente, nacidas para quererse.

El sol del ocaso era la hora que marcaba el final de los encuentros amorosos. Entonces, cada uno por su lado, marchaban hacia sus respectivas moradas. Nadie sospechaba nada, y los padres de cada uno eran felices de ver a sus retoños saludables, alegres y hermosos. Los más bellos, cada uno, de entre sus familias. Numerosos hermanos nutrían, tanto a una, como a la otra familia.

Isadora solía entonar, antes de la cena, una hermosa canción de amor que dejaba entrever, para quien estuviese al tanto de sus citas amorosas, la pasión que su juvenil corazón desbordaba: “…un joven sin par, sublime, y de excelente carácter. Me miró cuando pasé, y fui yo la única que en sí de gozo no cabía…Mi hermano, con su voz, mi corazón trastorna, por él casi enferma estoy…pues de él me he enamorado. …Sabed que ha perdido la razón, pero yo, yo soy igual que él…” (Papiro Chester Beatty I) Solo sus hermanos se burlaban cariñosamente de ella con chistes y comentarios chuscos, alegóricos al ámbito amoroso. Pero en realidad, nadie sospechaba nada. Isadora con miradas pícaras y alegres se reía burlonamente de sus hermanos, provocando a veces, el enfado momentáneo de alguno. Entonces los padres habían de poner orden entre aquella prole feliz.

En casa del joven, más o menos, sucedía lo mismo. Las alegrías del amor correspondido y satisfecho, cuando quieren ocultarse, se utiliza para lograrlo, la canción y la risa, para que ellas parezcan el resultado de ese talante dichoso, que lo que está, es ebrio de la felicidad del amor oculto y disfrutado: “Mejor me sienta a mí mi hermana que cualquier remedio. Más me sirve a mi ella que cualquier texto de medicina. Su llegada es mi salvación… ¡Cuando la veo vierto salud! Cuando abre los ojos, mis miembros rejuvenecen. Cuando habla cobro fuerzas. Cuando la abrazo, ahuyenta de mí todo mal.” (Papiro Chester Beatty I)

Debemos aclarar que entre los amantes, en el Antiguo Egipto, se llamaban hermanos. Por ello no debe confundirse, en los poemas anteriores, cuando entre los amantes se llaman hermano y hermana, con que lo fueran de sangre, aunque de ser así, y según la tradición faraónica, no habría de suponer problema demasiado grave, al menos en el ámbito moral. Probablemente lo serían en cuanto a la unión de las diferentes herencias y dotes, propias de casamientos arreglados por padres, más interesados en aumentar el patrimonio familiar, que en pensar en la felicidad de los hijos.


III
EL ENTORNO

Isadora sabía muy bien que su padre la tenía, desde su nacimiento, prometida en matrimonio a un vecino, rico y buen mozo, pero que podría muy bien ser su padre. Arreglos de padres. No olvidemos que la libertad e igualdad con el hombre, de la que disfrutaba la mujer en el Antiguo Egipto, quedó profundamente conculcada una vez establecido el dominio macedonio. El individualismo egipcio retrocede ante el derecho griego. Ptolomeo IV Philopátor 221 a.d.C., emite un real decreto, aplicable a todos los súbditos, y que se conoce con el nombre siguiente: “Decreto contra las mujeres”, en el que se ordena que toda mujer tuviese un tutor. Para las casadas sería el marido, lo que representaba de hecho y de derecho el establecimiento del poder marital. Prohibió a las mujeres casadas contratar y apelar a la justicia sin el consentimiento del esposo, negando a las mujeres el derecho a ejercer tutela Las solteras, viudas o separadas, quedaban bajo la tutela del padre, hijo mayor, o hermano. El matrimonio dotal cobra fuerza. Con el cristianismo se dio el golpe mortal a los derechos de la mujer, y con el islamismo, y hasta hoy, solo se continuó en la misma dinámica. La pérdida absoluta de los derechos de la mujer y su igualdad con el varón. Entonces, todo el país había quedado bajo las leyes de los nuevos gobernantes greco-macedonios, los ptolomeos, cuya saga había comenzado con Alejandro Magno. Las libertades e igualdad de la mujer, tanto para elegir marido, emprender negocios, industrias, y legar su patrimonio en libertad, así como otras muchas cosas, quedaron, como ya dijimos, derogadas con las nuevas leyes de los faraones europeos. Desde la capital, Alejandría, la instrucción era aquella que los ptolomeos, las berenices y las cleopatras ordenasen. Aunque, si bien es cierto, en el ámbito gubernamental, ellas solían, en recuerdo y reconocimiento a los antiguos derechos, y si era necesario, disputar el trono a los varones, ya fuese armando ejércitos para combatir contra el hermano varón, y sin importar la cantidad de crímenes y asesinatos que hubiera que cometer para conseguir la entronización femenina. No olvidemos que el último monarca de Egipto fue una mujer que se acogió a los antiguos derechos, Cleopatra VII. Inteligente, intrigante, y con una sagacidad política digna de envidia para el varón más notable.

Volviendo a lo nuestro, el ambiente en el que Isadora se movía era ya el de un machismo instalado, desde hacía un siglo, aunque, también es cierto, que algunas de las familias de aquel tiempo, todavía arrastraban, no solo el recuerdo de las libertades, ahora perdidas, sino que aún, de alguna manera se practicaban. Documentos privados entre la pareja trataban de devolver a la mujer, su antigua independencia. Es muy difícil desarraigar a las sociedades de sus costumbres y leyes ancestrales por muchos decretos que se promulguen. Serán necesarios, a veces siglos, para que ello se instale con la contundencia suficiente. Pero ya la rueda implacable institucional, nunca ya, daría marcha atrás. El hombre comenzó a saborear las mieles y los privilegios de su poderosa e indiscutible autoridad.

En este ambiente se desarrolló la bella Isadora. Aunque las leyes dictaban una cosa, las costumbres y las tradiciones, aún no del todo desarraigadas, fomentaban la contraria. Es decir, la libertad e independencia de la mujer, que aunque las leyes no defendieran, sí se colaban entre algunos de los comportamientos sociales de ciertas familias, quienes aún no habían consentido, al menos en el ámbito privado, el aceptar los nuevos decretos, que más parecían una inquisición intolerable para la mujer, que leyes racionales. Pero también es cierto que la primacía entregada al varón, en detrimento de las libertades y derechos femeninos, resultó muy bien recibida entre los varones, sobre todo para aquellos más autoritarios, y por ello con menores talentos, los molestos mediocres.

Aquel comportamiento social, si bien, como decimos, no era legal, sí estaba legitimado, de alguna manera, por las tradiciones seculares, que al fin y a la postre son leyes, aunque ya no estén escritas en documento alguno, pero tan antiguas como el mismo Egipto. Muchas familias de cierto abolengo y cultura no transigían con las nuevas leyes promulgadas por los gobernantes extranjeros. Sobre todo mujeres inteligentes y de cierto relieve social y económico. Los príncipes locales y alcaldes, solían mirar hacia otro lado si los enfrentamientos legales no eran de importancia, y sobre todo si se remitían y solucionaban en el ámbito de lo doméstico.

El pueblo continuaba su vida agrícola, con la misma indolencia habitual, propia de los calores de la estación, sin presentir que la tragedia rondaba, y el crimen se fraguaba en el secreto inquietante de un corazón resentido.


IV

EL DESENLACE


Aquella tarde, más cálida de lo habitual. El sol, todavía alto y generoso se colaba en coloridos rayos, por entre la maleza que debía ocultar a los amantes. Sembrando de brillante luz algunas zonas de hierbas y matorrales. Sobre otras caía protectora, la sombra de altas palmeras y de alguna frondosa higuera.

Aquella tarde, de calmado aire y embriagadores aromas varios, en que la pulpa carnosa y rojiza de los higos sabrosos de la umbrátil higuera, nutrieran como fruto goloso las cálidas bocas de los hambrientos y hermosos amantes, en el despertar glorioso de aquella estación de amor, el joven se despidió de Isadora antes de lo acostumbrado. El encuentro, como era habitual, aunque más corto, había sido de amor inmenso y de satisfacción prolongada.

Isadora, sola y desperezándose, dejando la peluca y la túnica sobre la fresca hierba, se adentró en el agua de la orilla del padre Nilo. Parecía la mismísima diosa Hathor, aquella de la belleza y del amor. Desnuda, mostrando la núbil anatomía, y entrando en las verdes aguas como aquella diosa del amor de Dendera, refrescó su cálido cuerpo, después de haber mirado con atención, si algún cocodrilo merodeaba por aquel paraje de ensueño, propio para ella de las más gozosas experiencias.

Todo estaba bien, todo invitaba al baño purificador después del acto amoroso. Sus rojos labios sorbieron el agua del río, refrescando su garganta. Arrodillándose en el fondo sumergió su espesa y negra cabellera. Trató de ponerse en pie. Su cuerpo al emerger de las aguas no pudo, debido a la sorpresa, responder a la fuerza poderosa de unas manos que la sujetaban por la garganta, y de nuevo la introducían bajo el agua.

Isadora perdió la vida, mientras su padre, contemplaba impasible la escena desde la orilla. Fue lo último que la joven vio.

Al día siguiente, acudiendo a la cita, el alegre joven, buscando a su amor, solo encontró su cadáver.

La condena por asesinato fue pena de muerte. Se aplicó solo unos días más tarde. Isadora lo esperaba impaciente en las regiones luminosas donde moran los dioses y los bienaventurados.

Hoy sus restos podemos contemplarlos en su tumba en Tuna el Gebel, a unos 10 Km. Al sur de la gran estela de Akhenaten, y ligeramente al sur de la elegante tumba-capilla de Petosiris, el gran sacerdote de Toth.

Isadora se nos muestra dentro de una urna de cristal, con una sábana hasta la garganta, dejando visibles lo que fueron sus hermosos pies.

Todavía en ellos se pueden ver las uñas nacaradas de la hermosa joven. Su rostro, ciertamente, ya no refleja la belleza de antaño. Su boca, en una mueca de dolor, está entreabierta mostrando todavía sus blancos dientes, entre los que sobresalen ligeramente los graciosos colmillos. Los ojos cerrados y hundidos, así como restos de su cabellera nos hablan de un cuerpo gracioso, esbelto y nacido para el amor. Pero también es cierto que lo intenso no suele ser duradero.

La conservación de la momia, es en gran parte debida, no a la práctica de los embalsamadores profesionales, si no más bien al seco clima de aquella zona.

La tumba, graciosa y perfecta posee un halo extraño y emocionante que la hacen atractiva, aún sin saber lo que hay en su interior.

El milano rapaz todavía, desconsolado y furioso, busca alrededor de esa tumba aquello que ya jamás hallará. Condenado a una búsqueda eterna y errante, sin posibilidad de ver o escuchar la risa cantarina de Isadora, que cree acudir desde la profundidad del sueño antiguo, en los trinos bullangueros de las golondrinas amorosas.

…”ve enseguida con tu hermana
cual gacela trotando en el desierto;
tiene las patas cansadas; los miembros, débiles,
porque un cazador, acompañado de sus sabuesos,
la acosa.
Pero no encuentran su rastro,
pues ha hallado un lugar de reposo”.
(Papiro Chester Beatty I)

La vida de Isadora que aquí se narra, es solo producto de la ficción del autor, inspirado en la contemplación de la pareja de golondrinas sobre la tumba, y la aparición del milano, así como en algunas de las tradiciones locales, aunque muy distorsionadas.


Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 06-10-2006